Mesdames et messieurs! Nous nous allons a autre monde!
Luz Y Libros Para Un Androide se muda a Wordpress.
¿La causa? El deseo de cambiar su contenido (y crear más, por supuesto). No me limitaré más a la ciencia ficción sino que trataré escribir sobre todo. Podría hacerlo aquí pero uno no puede cambiar del todo si sigue en el mismo lugar.
Decidí retirar los cuentos "Mundo blanco" de Francisco Zárate y "De cómo el Roñas y su mamá salvaron al mundo" de Hector Chavarría ,que se volvieron la publicación más visitada. Si no miente el contador lo el cuento de Chavarría lo leyeron más de quinientas personas. No he tenido problemas por subirlo pero no vaya a ser que pase algo por lo del Copyright. Dejó de todos modos mis artículos inspirados por esos cuentos "Las historias del fin de los hombres" y "Marcianos en Tepito: el localismo de la ciencia ficción".
Dejo también mi primer artículo Ciencia ficción en la Nueva España. Es una ofensa para las reglas de la investigación pero publicarlo me dio algún ánimo en su momento para dedicarme a la investigación histórica en el futuro. Los invito pues a que se den un paseo por este blog acaso haya algo de su agrado.
No dejen de visitar Luz Para Un Androide donde compartiré contenido que espero sea de su agrado. Dejó aquí el link: https://luzparaunandroide.wordpress.com
Muchas gracias por haber leído y compartido, agradezco que me sigan allá.
Este blog seguirá aquí, pero todo se perderá si no se lee, como una página en la Internet...
A la parte más alta de su casa sube cada noche el astronauta, que allí, puntual, le aguarda su asteroide. Alfredo Castañeda
viernes, 11 de diciembre de 2015
viernes, 25 de septiembre de 2015
Restorán
Hace un momento un hombre recibió con entusiasmo su comida, recordando que en su tierra le daban otro nombre.
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Al salar su comida, una mujer se preguntó si fue vano o no reprender a su padre cuando lo hacía demasiado.
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Una tercera comensal se perdía en el son de los músicos que habían llegado al restorán. Era música de la Huasteca, lugar en el que nunca había estado.
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Al salar su comida, una mujer se preguntó si fue vano o no reprender a su padre cuando lo hacía demasiado.
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Una tercera comensal se perdía en el son de los músicos que habían llegado al restorán. Era música de la Huasteca, lugar en el que nunca había estado.
sábado, 19 de septiembre de 2015
martes, 11 de agosto de 2015
Polvo, décima diez, de Guadalupe Amor
De pronto vi mi cabeza
en el espacio perdida,
con pensamiento, y sin vida,
y sin humana impureza.
Sentí profunda extrañeza;
mas luego entendí mi lodo,
y fui descubriendo el modo
de hacer mi cuerpo infinito:
Mi polvo al polvo remito,
dejo de ser... ¡y soy todo!
jueves, 28 de mayo de 2015
La Ciencia por Gusto: ¡Ahí vienen los cyborgs!
La Ciencia por Gusto: ¡Ahí vienen los cyborgs!: Por Martín Bonfil Olivera Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM Publicado en Milenio Diario , 27 de mayo de 2015 Cua...
viernes, 15 de mayo de 2015
¡Terror en la facultad!
Esta es una ocasión especial para Luz para un androide. Es la primera vez que un autor nos permite compartir su obra. Se trata de un amigo, Dante Pérez, y para caracterizar su relato diremos que es un experimento dentro del cuento breve de terror.
Su tema es lo siniestro en la academia, alguien ha descubierto algo que no debería haber descubierto. El protagonista es Albertóteles, todo un personaje del imaginario de nuestro grupo, del que sabremos más en una próxima colaboración. Siempre hay un aire de miedo en las facultades, pero ¿a qué debemos temer realmente?
Aquí esta el link para el cuento, que no tiene título ¡No olvides compartir en redes sociales!
Su tema es lo siniestro en la academia, alguien ha descubierto algo que no debería haber descubierto. El protagonista es Albertóteles, todo un personaje del imaginario de nuestro grupo, del que sabremos más en una próxima colaboración. Siempre hay un aire de miedo en las facultades, pero ¿a qué debemos temer realmente?
Aquí esta el link para el cuento, que no tiene título ¡No olvides compartir en redes sociales!
Un cuento breve de terror de Dante Pérez
Albertóteles estaba estupefacto. Su
más joven estudiante había resuelto, en cuestión de segundos, el problema que
durante quince años no lo había dejado dormir. La sola idea le dejaba un
terrible sabor de boca. Peor era descubrir en sus brillantes y pequeños ojos esa
mirada de inocencia a la espera de las palabras de su mentor, quizá de
felicitación, tal vez un agradecimiento y lágrimas.
Sí, Evelyn en efecto lo imaginaba.
Fantaseaba silenciosamente dentro de su psiquis divagante y casi palpaba la
recompensa por sus esfuerzos. Por supuesto que sería ascendida de inmediato,
como sospechaban sus compañeros, pero ella veía más allá, sus ambiciones le
impedían conformarse con algo tan mundano. Inmersa en sus fantasías, no se percató del largo tiempo que transcurrió en silencio,
inmóviles ambos, ambos haciendo mil predicciones sobre sus futuros.
Obviamente esto no podía ser. Desde
pequeño sus ataques de ansiedad hacían que el rostro se le tornara rojo y que esa
vena cerca de su sien palpara con violencia. Para que Albertóteles se calmara, era
preciso que su tía lo abrazase con fuerza, lo peinase delicadamente con sus dedos,
y le comprase una paleta helada de naranja, su favorita, jamás menos de quince
minutos de apapacho después. Lamentablemente esto no era posible desde que ingresó a la preparatoria, sus compañeros nunca hubieran dejado de burlarse de él. También tuvo que ver el accidente automovilístico del noventa y seis dado que ahí murió Irma, su tía.
Su pulso se aceleraba y los
recuerdos inundaron su mente mientras el calor se elevaba a su rostro. La
presión lo abrumaba y no podía creer las tenebrosas soluciones que ideó para su
predicamento. –Debajo de la tierra no podrá hablar- pensó con terrible tono
cínico. Al borde del colapso recordó el contenido de su cajonera inferior
izquierda. A sólo unos pasos se hallaba la oportunidad. Era temprano y la
facultad aún estaba en su mayor parte vacía, incluso podía pagarle a los conserjes, pero era preciso tomarla por sorpresa, para que no tuviera tiempo de
gritar.
-¡Evelyn, querida! Me invade una
indescriptible sensación la noticia de tus descubrimientos, sin duda sacudirán
a la comunidad científica, tomarás por asalto el podio de la academia. Te
aseguro que te hará falta aliento para responder al inminente caudal de galardones y felicitaciones- le dijo
mientras caminaba hacia su escritorio.
Los ojos de Evelyn casi perdieron su
brillo, como quien es interrumpido a la mitad de su película favorita. Lanzó
una mirada condescendiente a su profesor sin sospechar nada, ansiosa por acabar
con esto y continuar el proceso que le llevaría a la fama. Era difícil evitar
fantasear de nuevo.
-A la luz de tan brillantes
descubrimientos y de su indudable ascenso a la fama –prosiguió Albertóteles- me
gustaría compartir con usted aquello que me ha acompañado toda mi carrera.
Considérelo un obsequio-. Ceremoniosamente abrió la cerradura
del cajón que dio la impresión de llevar
siglos intacto. De su interior extrajo una caja y con ademanes pidió a Evelyn
que se acercara y tomara asiento del lado opuesto de la mesa. Ella aceptó
ilusa y tomó la caja entre sus manos.
Evelyn no tuvo idea de lo que le
esperaba hasta instantes después de abrirla. Sus ojos abiertos de par en par y
sus labios incapaces de enunciar palabra alguna evidenciaron el terror
relampagueante que se apoderó de su cuerpo. El pánico petrificó sus músculos y
la grotesca escena impidió cualquier instinto de autoconservación.
-Verá, querida Evelyn,
lamentablemente no es usted la primera en poner en riesgo mi carrera, y como
podrá darse cuenta tuve la necesidad de lidiar con estos de una u otra forma,
pero me pareció justo no dejar su memoria desvanecer por completo –miró con
severidad a la aún paralizada mujer y continuó- Tristemente no recibirá usted
ningún galardón o premio a donde va. Dentro de ese espacio frío lo único que le
quedará es el recuerdo de sus sentidos, todo por no saber usarlos con
prudencia. Verá, a donde va, nadie distingue el llanto, ya nadie escucha el
terror-.
Al pronunciar estas palabras la tez
de Evelyn palideció y sus cuencas vacías la introdujeron a una penumbra
absorbente, sin poder gritar pues su lengua no era parte de su cuerpo ya.
jueves, 14 de mayo de 2015
MICROFICCIONES: A Marte siempre
MICROFICCIONES: A Marte siempre: La órbita de la cápsula era la adecuada. Todos los preparativos estaban listos y los ajustes se habían llevado a cabo a la perfección. Raú...
jueves, 30 de abril de 2015
En el Día del Niño, un cuento escrito a maquina
Hoy es el Día del
Niño aquí en México y a muchos les da por acordarse de cuando aún podían
celebrarlo sin verse mal. Yo quiero compartirles, en vez de una foto mía en el
kínder, un cuento de un autor que me gustó mucho leer cuando estaba en quinto
de primaria. Se trata de Gianni Rodari (1920-1980), un escritor italiano que por
escribir libros para niños se ganó un premio, el Nobel de la literatura
infantil: el Hans Christian Andersen.
El libro que leí es Cuentos para jugar, un compendio de varios relatos en el que
cada uno tiene tres finales distintos y tú podías elegir el que más te gustara.
Hoy no traigo un cuento de ese libro, traigo otro llamado "¡Clonc!¡Scrash! Llegan los marcianos" que pertenece a Cuentos escritos a
máquina, que por casualidad encontré en un puesto de libros viejos dentro de Ciudad Universitaria.
Hoy me gusta más el humor de
Rodari, porque veo que los detalles más bien chuscos de sus cuentos suelen
revelar un mensaje más profundo, por lo regular de crítica social, en su
relectura. También me gustan los cuentos de Rodari porque se ambientan en uno y
mil pueblos de la Italia del siglo pasado ¡Es curioso como uno se asoma a otros
mundos por casualidad!
Disfruten el cuento, ya después les
traigo otros.
"¡Clonc! ¡Scrash! Llegan los marcianos" de Gianni Rodari
Una buena mañana llegan
los marcianos. Primero vuelan sobre Roma con sus platillos de plata,
difundiendo, en señal de amistad, una docena de madrigales de Gesualdo de
Venosa, entre ellos Caro,
amoroso neo y Gelo ha madonna in seño (letra de Torcuato Tasso),
alternados con canciones populares y del hampa, como A tocchi a tocchi la campana sona.
Cuando piensan que ya se han ganado una festiva acogida, aterrizan en el Circo
Máximo, donde hay más sitio que en la Plaza de España y adonde acude en seguida
el Subjefe de policía Fiorillo, al mando de siete mil camionetas.
Los
platillos son tres. Y tres marcianos sacan la cabeza por las cupulitas. Son de
un precioso verde primavera y tienen antenas en la frente, exactamente igual
que la gente se los imagina. Pero no es cierto que sean bajitos: al contrario,
miden tres metros y medio de alto. Visten túnicas amarillas, adornadas con
bordados folklóricos bastante parecidos a los que se usaban en Calabria el
siglo pasado. Rarezas del cosmos. Uno de los marcianos, al aparecer, se golpea
la cabeza en la tapa da la cúpula. De inmediato sale de su cabeza una nubecita
con la inscripción: ¡Clonc!
-Esa
debe ser su bandera –comenta el sargento Mentillo.
-¿Y
eso otro, qué es? –pregunta bajo sus bigotes el comisario Fiorillo.
En
efecto, de la cabeza del marciano ha salido otra nubecita, en la que está
escrito: ¡Aag!
-Ah,
claro –comenta un chaval que, no se sabe cómo, se ha colado entre las siete mil
camionetas.
-Claro,
¿en qué sentido? –se escama Mentillo.
-También
el Pato Donald, cuando el tío Gilito le da un papirotazo en la chola dice ¡Aag!
-Ea,
vete a la escuela –ordena el señor Fiorillo al chaval.
-No
puedo –responde el chaval-. Tengo turno de tarde.
Mientras
tanto los tres marcianos, para acentuar la sensación de paz y concordia, se
ponen a aplaudir. Y también de sus manos salen nubecitas sumamente elegantes,
con letreros, todos en letras de molde: ¡Clap!
¡Clap!
Después
uno de los tres, el que se ha dado el cabezazo, hace señas de que quiere
hablar. De su antena derecha sale una nubecita en la que los presentes leen,
unos de corrido y otros silabeando, las siguientes palabras: “¡Salud! Como
veis, somos marcianos, y hemos venido con intenciones cariñosas. Conque presentémonos.
Yo soy el comandante AB 17”.
Cuando
todos han acabado de leer, la nubecita desaparece. Pero es raro: l voz del
marciano no se ha oído.
-Buenos
días –responde al fin el comisario-. Yo soy el señor Fiorillo.
Tres
nubecitas aparecen sobre las tres cabezas marcianas: “¿Qué ha dicho usted?”
-Que
soy el señor Fiorillo, en representación del señor Jefe de Policía.
Los
marcianos se consultan rápidamente, mientras en sus nubecitas se lee: Hummm… Hummm…
-Pero,
¿qué hacen? –pregunta el sargento Mentillo.
-¿Es
que no lo ve? –replica el chaval-. Están reflexionando. También el Pato Donald…
-Oye…
-comienza el señor Fiorillo.
Pero
no puede terminar su declaración porque los marcianos están dando golpecitos
con las manos en sus platillos para atraer su atención. De los puntos donde las
manos han tocado el metal salen numerosas nubecitas, que llevan escrito: ¡Tlank! ¡Tap! ¡Tap! ¡Tump!
“En
resumen –dicen ahora las nubecitas de los marcianos- ¿por qué no contestáis? Os
creíamos más amables… ¡Glub!”.
-Maldita
sea, dice el señor Fiorillo, en representación del Jefe de Policía.
Las
nubecitas insisten: “No vemos vuestras nubecitas… ¡Blep!”.
-Están
un poco deprimidos –observa el chaval-, pues si no habrían dicho Brrr o ¡Augh!
El
señor Fiorillo reflexiona sobre el extraño mensaje:
-¿Nuestras
nubecitas? Ya verás cómo…
De
repente su inteligencia deductiva, ejercitada en años de investigaciones sobre
toda clase de delitos, le hace vislumbrar la verdad: los marcianos hablan en tebeo [Historieta infantil, De TBO, nombre de una revista española fundada en 1917 N. del B.] y entienden sólo los tebeos…
El
comisario pide un trozo de papel, recorta una nubecita en la que escribe: “Esperad
un momento”. Y se la acerca a la boca. De las astronaves le responde un festivo
brotar de nubecitas en las que los agentes de las siete mil camionetas, los
cien mil romanos que se han congregado en el paraje y el chaval ya varias veces
citado, leen, algunos mentalmente, otros produciendo un difuso retumbar de
trueno:
-¡Por
fin!
-¡Clapp! ¡Clapp!
-Os
habéis decidido a hablar
-¡Ulp!
-Clinc
-¡Yupiii!
De
una de las nubecitas sale la cabeza de un perrito marciano, también con sus
antenitas, también con su letrero, que ladra de gozo:
-¡Yap! ¡Yap! ¡Yark!
Mientras
tanto han llegado los expertos de la policía científica, el ministro de
Comunicaciones y el de Transportes, algunos profesores universitarios, una docena
de monseñores, ciento veintiocho periodistas, un alcalde, un señor que no es
nada pero consigue colarse entre las autoridades porque tiene una perilla muy
autorizada. Buscan desesperadamente a alguien que sepa hablar en tebeo, pero no
lo encuentran.
-Lástima
–dice el profesor De Mauris, catedrático de lingüística y tañedor de
instrumentos de percusión-. La lengua de los tebeos yo la leo y la escribo,
pero no la hablo. Qué quieren ustedes, en nuestras escuelas, en la hora de
lenguas extranjeras, se hacen muchos ejercicios de gramática, pero casi nunca
conversación.
-Es
cierto, es cierto –aprueban los presentes-. También yo leo inglés, pero no lo
hablo…
Yo
escribo el cabardino-balcárico, pero no lo leo… Yo tengo buenos conocimientos
literarios del swahili, pero no lo entiendo…
Hay
que resignarse a comunicar con carteles. Llega un agente, a quien el señor
Fiorillo ha mandado a la papelería a comprar cincuenta kilos de cartulina blanca y
diez pares de tijeras. Todos trabajan recortando nubecitas. Un guionista de
cine, especialmente bueno para los diálogos, está preparado con el pincel. Así,
de golpe y porrazo, acaban enterándose de que se trata de un deplorable
equívoco espacial. Los marcianos habían recibido de un agente secreto, enviado
a la Tierra en 1939, algunos ejemplares de un tebeo y se habían hecho la idea de
que los terrestres hablaban con nubecitas…
-¡Si
supierais qué trabajo –cuentan- aprender a hablar así! Y todo para nada. ¡Ufff!
El
señor Fiorillo, por medio de un cartel, pregunta si también ellos tienen voz. Por
toda respuesta los tres marcianos se ponen a cantar el himno marciano: una cosa
del tipo de la polifonía barroca, algo así como el Magnificat de Bach. Los romanos aplauden. Por desgracias se oye el
ruido de los aplausos, pero de los miles de manos que golpean una contra otra
no sale ni la sombra de una nubecita.
-No
lo sabemos hacer… -comenta tristemente el chaval.
De
repente se ve al perrito de los marcianos que hace:
-¡Sniff! ¡Sniff!
-Ha
olido algo –dice el sargento Mentillo, que en sus ratos perdidos lee comics
prohibidos para menores de dieciocho años.
Un
perrito terrestre, deslizándose entre millares de zapatos, ha llegado
justamente bajo las astronaves y ladra con gran estruendo.
-¡Guau! ¡Guau! –responde la nubecita del
perro marciano.
El
perrito queda perplejo por un momento, porque no se lo esperaba. Despues,
también de su hocico sale como una bocanada de vapor blanco en el que aparecen
algunas letras temblonas:
-¡Grrr! ¡Grrr!
-Está
furioso –traduce el profesor De Mauris a monseñor Celestini.
-¡Yap ¡Yap! –insiste amistosamente el
marciano.
El
perrito de por aquí se deja finalmente convencer y responde a tono:
-¡Yap! ¡Yap!
-Yap,
yap significa Bau Bau –traduce el
profesor De Mauris a los periodistas que toman notas.
-¿En
marciano?
-¡No!...
En tebeano. En marciano, si mis informaciones son exactas, Bau Bau se dice Krk Krk.
Entre
los dos gozques se establece una apretada conversación de nubecitas. El chaval
de antes y otros dieciocho mil chavales, que se han colado entre las piernas de
las fuerzas del orden, se divierten tanto que estallan en carcajadas. Pero no
en italiano, sino también ellos en tebeano. Sobre sus cabezas crepitan
alegremente minúsculos cirros, nimbos, cúmulos y estrato-cúmulos, en los que
todos (salvo los analfabetos) leen: “¡Yuk!
¡Yuk! ¡Oh! ¡Ja!”.
Una
niña emite por error también un par de ¡Ulk!,
pero se corrige enseguida, porque ésa es la exclamación típica de quien está a
punto de perder el equilibrio y caer en una sima: pero en el Circo Máximo no
hay simas.
El
señor Fiorillo reflexiona en representación del Jefe de la Policía: “Estos
marcianos nos están corrompiendo a los niños…”
Y
no se da cuenta de que también de su sombrero está saliendo un nubarrón de
temporal, en el cual los presentes, con sumo asombro, leen: ¡Hummm! ¡Hummm!
El
sargento Mentillo, entusiasmado con la habilidad de su superior, quisiera
gritarle “¡Muy bien!” pero no consigue poner en movimiento sus cuerdas vocales.
De la nariz, en cambio, le sale un cirro en forma de cuña, con el letrero: ¡Snap! ¡Snap!
La
escasa práctica le ha hecho confundir la expresión “Muy bien” con el típico
ruido de una persona que hace restallar los dedos (adviértase, empero, que ¡SNAP!
Es también el ruido producido por una cinta metálica que se aplasta, como bien
dice Giochino Forte en su diccionario del tebeo). Pero aprenderá, aprenderá.
Todos están aprendiendo, sin el menor esfuerzo, a producir formaciones nubosas
ilustradas con las letras del alfabeto. El profesor De Mauris es tan experto
que cuando se le suelta un botón consigue hacer salir de la chaqueta la
adecuada nubecita, que dice, sin equivocarse: Clic.
-Debe
ser un caso de sugestión colectiva –observa monseñor Celestini, emitiendo, por
razón de su oficio, una nube en forma de aureola.
Un
gran silencio ha caído sobre el circo Máximo en los últimos instantes. Todos hablan
en tebeo. Incluso los que leen los letreros de los otros no los leen ya en voz
alta, sino con otro letrero. Las siete mil camionetas, que de acuerdo con las
órdenes recibidas habían mantenido los motores en marcha, dejan salir de los
capós y por los escapes blancas nubecitas en las cuales se lee: Rroooarr… Rroooarr… que es, precisamente,
y sin que quepa la menor duda, el ruido de un motor encendido de un coche
parado. Ya se sabe que si el coche viajase a ciento noventa por hora haría, en
cambio: ¡Vrooommm!
-Ahora
podemos hablar –tebean los marcianos.
-Decid
la verdad –responde con una nubecita el comisario Fiorillo-. Habéis usado algún
gas para paralizarnos las cuerdas vocales.
-¡Qué
gas ni qué ocho cuartos! –replican, nube a nube, los marcianos-. Teníais el
tebeano en la punta de la lengua, esperando para salir.
Así,
una nube tras otra, empiezan las negociaciones pacíficas. Los marcianos y las
autoridades se trasladan a la Real Academia. Los platillos volantes quedan a
cargo de un abrecoches furtivo, oriundo de Castellamare de Stabbia. La muchedumbre
se dispersa tebeando y llevando el contagio de casa en casa, hasta el Tiburtino
Terzo y Casalotti. Los timbres aprenden rápidamente a hacer ¡Ring!, las locomotoras a toda marcha
arrastran un nubarrón volante que dice ¡Fiuuuuuu!,
en los bares de vía Veneto el seltz, al salir del sifón, hace su buen ¡Frrr! Y los
chavales que ven ante sus narices la consabida sopa emiten, en señal de
disgusto, un elocuente ¡Puaff!, sin olvidar los puntos de exclamación. Así se
ganan un buen par de bofetadas en tebeo: ¡Chaf!
¡Chaf!
Por
supuesto, el gobierno aprovecha inmediatamente para declarar el tebeano “lengua
de Estado” y abolir la libertad de palabra. Los pocos que quieren seguir
hablando con palabras, en vez de con letreros, deben reunirse por la noche en
los sótanos y hablar en voz baja, pues si no los detienen por “escándalo
nocturno”.
Parecía
muy bonito y cómodo que los huevos, al romperse al bordo de la sartén,
produjeran sólo una bolita con Splif o
Scrash, según fueran del día o
conservados. Pero luego se ha visto que es un rollo.
¿Cuántos
son los que insisten en querer hablar haciendo ruido en vez de humo? No se
sabe. Pero esperemos que muchos.
Rodari, Gianni, en "¡Clonc! ¡Scrash! Llegan los marcianos" en Cuentos escritos a máquina, traducción de Esther Benítez, ilustraciones de Fuencisla del Amo, Barcelona, Salvat/Alfaguara, 1987, 270 pp., (Biblioteca juvenil), pp. 141-150.
sábado, 25 de abril de 2015
domingo, 12 de abril de 2015
Los hijos de Jules
Un amigo me dijo que debería publicar algún cuento escrito por mi, a decir verdad no he terminado ningún cuento desde la secundaria. Creo que uno se conoce cuando lee sus cuentos de puberto. Bueno, sólo por compartir les dejo este -¡Con un mensaje conservador como el que más! Diréis-. Disfrútenlo :)
Se escucharon golpes en las puertas, una respiración muy
agitada. Era Mario, nos miró con los ojos muy abiertos.
- ¡Jules! ¡Jules! Ven ¡corre! –
- ¿Qué pasa? – preguntamos.
- Los niños, estaban jugando en el jardín, de repente su
pelota voló hasta el jardín de los vecinos… y ellos corrieron por ella – lo
siguiente lo dijo como quien espera un regaño, como quien olvidó algo serio –
hacia la parte de los rosales.
Jules se levantó corriendo y tirando sus cuadernos. Yo lo seguí de inmediato y
Mario se quedó petrificado en la puerta hablándole al vacío.
-Y se quedaron atrapados, entre las espinas…-
Linda el ama de llaves ya estaba frente a los rosales. -
No se muevan niños, su papá ya viene y él sabrá qué hacer–
Era otoño, así que no había flores, sólo un ovillo de
ramas y más ramas secas, todas llenas de anchas espinas. Jules llegó corriendo
al jardín, lo primero que dijo fue ¿cómo llegaron tan al fondo? Linda le
dirigió una mirada que decía que no tenía idea. Ella y yo cruzamos miradas de
lástima.
-Si esos niños tuvieran madre estarían mejor cuidados –
le dije yo a Jules alguna vez, por eso Linda estaba ahí, como una institutriz
que cuidaba todo el tiempo a los niños. Aun así nunca estarían del todo protegidos
porque nunca tendrían una madre real. Su padre era un científico que nunca se
alejaba de los tubos de ensayo y las probetas. De hecho así nacieron esos
niños; en tubos de ensayo y probetas. Nadie sabe de dónde sacó Jules el óvulo. Claro
que tuvieron muchos problemas, con la ley, con la gente, con otros científicos.
Vivieron en paz hasta que emigraron a otro continente. En el acta de nacimiento
de los niños decía “Madre; No la hubo.” Esos fueron los problemas chicos,
porque además la salud de los niños era muy frágil. Eso lo supimos poco después
de que nacieran.
El día que nacieron (si es que se puede decir así) yo
estaba ahí. Eran tres: Claude, Ian y Julio. Su padre los sacó lentamente de los
frascos en los que se criaron, les quitó el gel de la piel y más por ceremonia
les dio una nalgada. No lloraron, su rostro siguió frío y soñoliento, desde que
los cargamos por primera vez había un gesto tristísimo en sus caras.
El día posterior a que nacieran (Jules decía “su primer
respiro”) los mirábamos dormir.
-¿Son autistas? –
-No–
-¿Y por qué no lloran? –
- Por lo miso que jamás reirán, ni bufarán de enojo, ni
suspirarán–
Regresamos al laboratorio y dos horas después escuchamos
un golpe seco. Era el pequeño Julio, se cayó de la cuna, al parecer, mientras
gateaba. ¡Dos días de edad y ya gateaba! Cayó desde un metro más o menos, desde
la cuna que su padre armó hacía años, cuando él y sólo él creían que nada era
tan imposible. Blanco de susto el científico recogió a su hijo, entonces el
bebé empezó a llorar, al escucharlo
lloraron los otros dos niños y después lloramos todos. ¡Entonces sí tenían
emociones! ¡Y eran muy fuertes! Porque a pesar de que cayó desde un metro no le
pasó nada.
Jules no cabía en sí mismo de alegría y no le importó
salir del país sin reputación ni amigos o apoyo, con tres hijos que sólo tenían
unos días de vida.
A los cuatro días ya todos gateaban; nadie sospechó que
crecerían tan rápido. A las dos semanas ya hablaban, caminaban y corrían, como
niños de cinco años.
Un día el pequeño Julio amaneció muy enfermo; empalideció
y su temperatura era de treintaisiete grados. Sin embargo Jules era el menos
preocupado; parecía que hasta le daba gusto que sus hijos se pudieran enfermar
de algo. Lo que lo que lo hacía pensar era que sus hijos diseñados clínicamente
¿de qué podrían enfermarse? Jules decidió cuidarlos como si todo fuese normal. Me
ordenó darles jarabe, lo cual no solucionó nada. El problema es que mientras
nosotros intentábamos todo, los otros dos niños estaban más inquietos que nunca.
Llamé a un doctor y me dijo que iría más tarde porque lo
del niño era grave, que mientras tanto le diéramos cierto medicamento al niño.
Por supuesto, el doctor creía que Julio era normal. Jules me dijo que si le
dábamos el medicamento oralmente no surtiría efecto lo suficientemente rápido
porque su temperatura no hacía sino aumentar y aumentar. Tendría pues que
inyectársela. Tomó entonces una jeringa, la lleno de la solución, descubrió el
brazo de su hijo e insertó la aguja. Julio lloró como todos los niños, pero a
diferencia de todos, cuando Jules retiró la aguja, el niño estalló en mil
burbujas.
Eso pasó hace dos semanas, hoy los dos niños que aún
quedaban habían estado jugando en el jardín. Su pelota roja rodó hacía la casa
de los vecinos y ellos buscándola, quedaron atrapados en un arbusto de espinas.
domingo, 5 de abril de 2015
Una magia diferente. "Brujerías" de Terry Pratchett
Brujerías de Terry Pratchett tiene todo el
drama y el humor de una buena obra de teatro: Durante una noche tormentosa y
terrible, el rey de Lancre es asesinado por el duque, su hombre más cercano. Su
fantasma deberá vagar por el castillo hasta cumplir su destino. Antes de que le
pase algo, alguien logra rescatar al príncipe, que apenas es un bebé, sacándolo del castillo. El infante acaba en las manos de tres
brujas que buscarán la manera de ponerlo a salvo y de cuidarlo cuando crezca y
se entere de su pasado...
La trama se desarrolla en el reino de Lancre, en las faldas
de las Montañas del Carnero, un lugar lleno de magia donde viven Tata Ogg -una
bruja con una amplia progenie más dispuesta a hacer fiestas que magia-, Yaya
Ceravieja -una anciana de carácter imponente- y Magrat Ajostiernos –una joven bruja
romántica que se mortifica porque las más ancianas no hacen magia como dice en
los libros. En ese ambiente las brujas se enfrentan a un tipo de magia
desconcertante y humano: el del teatro.
En el fragmento que dejo aquí las tres brujas van por primera vez a la carpa de un teatro improvisado, su plan es dejar al bebé con la compañía ambulante que pasa en ese momento por el reino. No sospechan de qué forma aprovechará el príncipe en su nueva vida el don que le dieron para protegerlo: el de ser siempre quien cree ser
Con la sencillez y el humor que hace tan amena la narrativa del autor británico, se explora un tema de la fantasía
contemporánea: el de la magia de las palabras y del discurso. Wyrd
sisters es el título original de la novela, publicada en Londres en 1988. En 1999 Plaza & Janés la tradujo al español.
Fragmento de "Brujerías" de Terry Pratchett
Magrat estaba en éxtasis, como de costumbre. El teatro no
consistía más que en algunos metros cuadrados de tela pintada, y unos tablones
cobre cuatro barriles, acompañados por media docena de bancos en la plaza del
pueblo. Pero al mismo tiempohabía logrado convertirse en El Castillo, en Otra
Parte Del Castillo, en La Misma Parte Un Poco Más Tarde, El Campo de Batalla, y
ahora era Un Camino En Las Afueras De La Ciudad. La tarde habría sido perfecta
de no ser por Yaya Ceravieja.
Tras varias miradas penetrantes hacia la orquesta de tres hombres para intentar averiguar cuál de los instrumentos era el teatro, la anciana bruja se decidió a prestar atención al escenario, y Magrat empezaba a darse cuenta de que Yaya aún no había aprehendido algunos aspectos fundamentales de la dramaturgia.
Tras varias miradas penetrantes hacia la orquesta de tres hombres para intentar averiguar cuál de los instrumentos era el teatro, la anciana bruja se decidió a prestar atención al escenario, y Magrat empezaba a darse cuenta de que Yaya aún no había aprehendido algunos aspectos fundamentales de la dramaturgia.
En aquel momento, estaba rabiosa, agitándose en su taburete.
-¡Lo ha matado! –siseó-. ¿Por qué no hacen algo? ¡Lo ha
matado! ¡Y aquí mismo, delante de todo el mundo!
Magrat sujetó desesperadamente a su colega por el brazo. Yaya intentaba ponerse de pie.
-No pasa nada –susurró-. ¡No está muerto!
-¿Intentas decir que miento, niña? –rugió Yaya-. ¡Lo he visto todo!
-Mira, Yaya, no es de verdad, ¿entiendes?
Yaya Ceravieja cedió un poco, pero aún seguía gruñendo entre dientes. Empezaba a tener la sensación de que querían dejarla en ridículo.
En el escenario, un hombre ataviado con una sábana estaba embarcado en un inspirado monólogo. Yaya escuchó atentamente unos minutos, y luego dio un codazo a Magrat entre las costillas.
-¿Qué le pasa a este ahora? –preguntó, imperiosa.
-Está diciendo cuánto siente que el otro hombre haya muerto –respondió Magrat-. ¿Has visto cuántas coronas? –añadió rápidamente, tratando de cambiar de tema.
Pero Yaya no tenía la intención de dejarse distraer.
-Entonces, ¿por qué lo ha matado?
-Bueno, es un poco complicado… -respondió Magrat débilmente.
-¡Una vergüenza, eso es lo que es! –estalló Yaya-. ¡Y el pobre muerto, ahí tirado!
Magrat dirigió una mirada suplicante a Tata Ogg, que masticaba una manzana mientras estudiaba el escenario con mirada de investigador científico.
-Creo –dijo lentamente-, creo que están fingiendo. Mira, aún respira.
El resto del público, que a aquellas alturas ya había decidido que la conversación era parte de la obra, contempló el cadáver como un solo hombre. Éste se sonrojó.
-Y además, mira qué botas –insistió Tata con tono crítico-. Un rey de verdad jamás llevaría botas como ésas.
El cadáver trató de ocultar los pies tras un arbusto de cartón.
Yaya tuvo la sensación de que, de alguna manera misteriosa, había conseguido una pequeña victoria sobre los representantes de falsedades y artificios. Cogió una manzana de la bolsa y contempló el escenario con renovado interés. Los nervios de Magrat empezaron a calmarse, y se dispuso a disfrutar de la obra. Pero resultó que la tregua era sólo temporal. Su voluntaria eliminación de la incredulidad se vio interrumpida de nuevo.
-¿Qué pasa ahora?
Magrat suspiró.
-Bueno –se atrevió a explicar-, él cree que es el príncipe, pero en realidad es la otra hija del rey, disfrazada de hombre.
Magrat sujetó desesperadamente a su colega por el brazo. Yaya intentaba ponerse de pie.
-No pasa nada –susurró-. ¡No está muerto!
-¿Intentas decir que miento, niña? –rugió Yaya-. ¡Lo he visto todo!
-Mira, Yaya, no es de verdad, ¿entiendes?
Yaya Ceravieja cedió un poco, pero aún seguía gruñendo entre dientes. Empezaba a tener la sensación de que querían dejarla en ridículo.
En el escenario, un hombre ataviado con una sábana estaba embarcado en un inspirado monólogo. Yaya escuchó atentamente unos minutos, y luego dio un codazo a Magrat entre las costillas.
-¿Qué le pasa a este ahora? –preguntó, imperiosa.
-Está diciendo cuánto siente que el otro hombre haya muerto –respondió Magrat-. ¿Has visto cuántas coronas? –añadió rápidamente, tratando de cambiar de tema.
Pero Yaya no tenía la intención de dejarse distraer.
-Entonces, ¿por qué lo ha matado?
-Bueno, es un poco complicado… -respondió Magrat débilmente.
-¡Una vergüenza, eso es lo que es! –estalló Yaya-. ¡Y el pobre muerto, ahí tirado!
Magrat dirigió una mirada suplicante a Tata Ogg, que masticaba una manzana mientras estudiaba el escenario con mirada de investigador científico.
-Creo –dijo lentamente-, creo que están fingiendo. Mira, aún respira.
El resto del público, que a aquellas alturas ya había decidido que la conversación era parte de la obra, contempló el cadáver como un solo hombre. Éste se sonrojó.
-Y además, mira qué botas –insistió Tata con tono crítico-. Un rey de verdad jamás llevaría botas como ésas.
El cadáver trató de ocultar los pies tras un arbusto de cartón.
Yaya tuvo la sensación de que, de alguna manera misteriosa, había conseguido una pequeña victoria sobre los representantes de falsedades y artificios. Cogió una manzana de la bolsa y contempló el escenario con renovado interés. Los nervios de Magrat empezaron a calmarse, y se dispuso a disfrutar de la obra. Pero resultó que la tregua era sólo temporal. Su voluntaria eliminación de la incredulidad se vio interrumpida de nuevo.
-¿Qué pasa ahora?
Magrat suspiró.
-Bueno –se atrevió a explicar-, él cree que es el príncipe, pero en realidad es la otra hija del rey, disfrazada de hombre.
Yaya sometió al actor a una larga mirada analítica.
-Es un hombre –dijo-. Con una peluca de paja. Y poniendo voz chillona.
Magrat se estremeció. Sabía muy poco sobre las convenciones del teatro. Había estado temiendo aquello. Yaya Ceravieja tenía sus Puntos de Vista.
-Sí, sí –suspiró-. Pero esto es el Teatro. Los papeles de las mujeres los representan los hombres.
-¿Por qué?
-Es un hombre –dijo-. Con una peluca de paja. Y poniendo voz chillona.
Magrat se estremeció. Sabía muy poco sobre las convenciones del teatro. Había estado temiendo aquello. Yaya Ceravieja tenía sus Puntos de Vista.
-Sí, sí –suspiró-. Pero esto es el Teatro. Los papeles de las mujeres los representan los hombres.
-¿Por qué?
-No se permite que las mujeres suban al escenario –dijo Magrat
en un hilo de voz.
Cerró los ojos.
Pero no hubo ninguna explosión en el asiento que tenía a su
izquierda. Se arriesgó a lanzar una mirada rápida.
Yaya seguía masticando en silencio el mismo bocado de manzana, una y otra vez, sin que sus ojos se apartaran ni un instante del escenario.
-No la armes, Esme –dijo Tata, que también conocía los Puntos de Vista de Yaya-. Este trozo es bueno. Me parece que le empiezo a coger el tranquillo.
Alguien dio una palmadita a Yaya en el hombro.
-Señora, ¿tendría la amabilidad de quitarse el sombrero?
Yaya se volvió muy despacio en el taburete, como impulsada por algún motor oculto, y sometió al hombre a una mirada azul diamante de cien kilovatios de potencia. El espectador retrocedió, sintiendo la repentina necesidad de que la tierra se abriera bajo sus pies.
-No –dijo Yaya.
El hombre consideró sus opciones.
-Muy bien –respondió.
Yaya seguía masticando en silencio el mismo bocado de manzana, una y otra vez, sin que sus ojos se apartaran ni un instante del escenario.
-No la armes, Esme –dijo Tata, que también conocía los Puntos de Vista de Yaya-. Este trozo es bueno. Me parece que le empiezo a coger el tranquillo.
Alguien dio una palmadita a Yaya en el hombro.
-Señora, ¿tendría la amabilidad de quitarse el sombrero?
Yaya se volvió muy despacio en el taburete, como impulsada por algún motor oculto, y sometió al hombre a una mirada azul diamante de cien kilovatios de potencia. El espectador retrocedió, sintiendo la repentina necesidad de que la tierra se abriera bajo sus pies.
-No –dijo Yaya.
El hombre consideró sus opciones.
-Muy bien –respondió.
Yaya se dio media vuelta e hizo un gesto a los actores, que
se habían interrumpido para observarla.
-No sé qué miráis –gruñó-. Venga, seguid.
Tata Ogg le pasó otra bolsa.
-Tómate un bizcocho –sugirió.
El silencio volvió a invadir el teatro provisional, roto sólo
por las voces titubeantes de los actores, que seguían mirando de soslayo la
figura imponente de Yaya, y el sonido de una dentadura sana al masticar un
bizcocho algo duro.
Entonces, Yaya exclamó con una voz retumbante que hizo que
aun actor se le cayera la espada de madera:
-¡Ahí hay un hombre que les susurra algo!
-Es el apuntador –le explicó Magrat-. Les cuenta lo que
tienen que decir.
-¿No lo saben?
-Creo que se les está olvidando –replicó la joven con
amargura-. ¿Por qué será?
Yaya dio un codazo a Tata Ogg.
-¿Qué pasa ahora? ¿Por qué están los reyes y todo el mundo
ahí arriba?
-Es un banquete, ¿sabes? –Respondió con autoridad Tata Ogg-. En
honor del rey muerto, el de las botas, aunque estaba disimulando porque, si te
fijas bien, ahora se hace pasar por soldado. Todo el mundo hace discursos
diciendo lo bueno que era y cuánto les gustaría saber quién lo mató.
-¿Sí? –dijo Yaya, sombría.
Paseó la vista por los actores, buscando al asesino.
Estaba tomando una decisión.
Entonces, se levantó.
El chal negro ondeaba alrededor como las alas de un ángel
vengador, que acudía para liberar al mundo de toda su estupidez, falsedad y
artificio. Parecía mucho más corpulenta delo normal. Señaló al culpable con un
gesto furioso.
-¡Fue él! –gritó, triunfal-. ¡Todos lo hemos visto! ¡Lo mató
con una daga!
Pratchett, Terry, Brujerías, traducción de Cristina Macía, Barcelona, Plaza & Janés, 1999, 324 pp, (Biblioteca de Terry Pratchett), 38-42 pp.
sábado, 14 de marzo de 2015
Sobre el Mundodisco, las Montañas del Carnero y los intentos de una tormenta.
Terry Pratchett es uno de los representantes más populares de la fantasía contemporánea. Leído en todo el mundo, el escritor británico falleció recién el once de marzo de
este año. Sus lectores se maravillan y ríen con las historias que acontecen en
el Mundodisco, el universo creado por Pratchett. Para muestra un botón:
Por las profundidades
insondables del espacio nada la tortuga estelar, Gran A'Tuin, que transporta
sobre su caparazón a los cuatro elefantes gigantes que a su vez soportan sobre
sus lomos la masa del Mundodisco. En torno a ellos giran un pequeño sol y una luna
diminuta.
Dibujan
una órbita muy complicada para provocar los cambios de estación, así que debe
de ser el único lugar del universo donde a veces un elefante tiene que levantar
una pata para dejar pasar el sol.
Quizá
nunca sepamos exactamente el porqué de esto. Es posible que el Creador del
universo se aburriera de tanta inclinación axial, albedo y velocidad de rotación,
y decidiera divertirse un ratito.
No
hace falta ser un genio para suponer que los dioses de un mundo así no deben de
jugar al ajedrez, y así es. La verdad es que ningún dios juega al ajedrez. Les
falta imaginación. Los dioses prefieren juegos más sencillos y salvajes, donde
uno No Expande Su Intelecto sino que se Va A La Porra Directamente Sin Pasar
Por La Salida. Para comprender toda religión es imprescindible saber que a los
dioses les divierte ver a las niñas saltando a la comba con alambres de púas.
La
magia es lo que mantiene la consistencia del Mundodisco, es una magia
entretejida como hilos de seda a la estructura subyacente de su existencia, una
magia que sutura las heridas de la realidad.
Buena
parte de ella termina en las Montañas del Carnero, que se extienden desde las
llanuras heladas cercanas al Eje, atraviesan los archipiélagos y llegan hasta
los mares cálidos que se vierten interminablemente al espacio por el Borde.
La
magia pura es invisible, pero crepita de cumbre en cumbre, y se entierra en las
montañas. De las Montañas del Carnero ha surgido la mayor parte de los magos y
brujas del mundo. En las Montañas del Carnero, las hojas de los árboles se
mueven incluso cuando no hay brisa. Las rocas pasean antes de cenar.
Hasta
la tierra, de vez en cuando, parece viva… Y en ocasiones, también el cielo.
La
tormenta estaba azotando con todo su entusiasmo. Aquélla era su gran
oportunidad. Se había pasado años de gira por provincias, haciendo funciones
para conseguir experiencia, consiguiendo contactos, y sólo de vez en cuando
asaltando a pastores distraídos o hendiendo pequeños robles. Ahora, un hueco en
el escalafón del tiempo le había dado su gran oportunidad, y la tormenta se
esforzaba al máximo con la esperanza de que la viera alguno de los climas
importantes.
Era
una buena tormenta. Ponía auténtica pasión en su trabajo, pero sin olvidar la
eficacia, y los críticos opinaban que, en cuanto aprendiera a controlar un poco
mejor sus truenos, no tardaría en ser una tormenta para tomar en cuenta.
Los
bosques rugieron sus aplausos, y se llenaron de nieblas y hojas desprendidas.
En
noches como ésta, los dioses, según se ha señalado ya, juegan a cosas que no
son el ajedrez con los destinos de los mortales y los tronos de los reyes. Es
importante recordar que siempre hacen trampas, del principio al final.
Un
coche de caballos recorría a toda velocidad el tortuoso sendero del bosque, se
tambaleaba con violencia cuando las ruedas tropezaban en las raíces de los
árboles. El conductor azuzaba a los animales, el crujido desesperado de su
látigo proporcionaba un interesante contrapunto al rugir de la tempestad.
Tras
él (muy poco por detrás, y acercándose) había tres jinetes encapuchados.
En
noches como está se llevan a cabo acciones malvadas. También buenas, claro.
Pero las malas ganan de largo.
Fragmento de Brujerías, traducción de Cristina Macía,
Barcelona, Plaza & Janés, 1999, 324 pp, (Biblioteca de Terry Pratchett), pp 7-9.
viernes, 13 de marzo de 2015
Una araña
La telaraña ya estaba tejida y ahora la araña patona estaba inmóvil mirando desde el centro el hilo con el que chocaría una galaxia.
.
La araña saltaba de un asteroide a otro pegando los hilos de su telaraña que vistos desde el planeta inerte que iba hacia ellos parecían auroras.
.
El rocío dejó gotitas de agua en los nudos de la telaraña tejida entre dos ramas, los insectos del suelo creyeron ver estrellas de día.
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La araña saltaba de un asteroide a otro pegando los hilos de su telaraña que vistos desde el planeta inerte que iba hacia ellos parecían auroras.
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El rocío dejó gotitas de agua en los nudos de la telaraña tejida entre dos ramas, los insectos del suelo creyeron ver estrellas de día.
Rojo
-¡Escuicncle! Estuviste jugando en la tierra de nuevo...
-No mamá, estuve jugando en Marte ¿No ves que el polvo es rojo?
jueves, 12 de marzo de 2015
Terry Pratchett, luto en Mundodisco, lágrimas en Ankh-Morpork
Antón, Jacinto, en El País, 12 de marzo de 2015
“Los poetas han intentado describir Ankh-Morpork. Han fallado. Tal vez es la increíble vitalidad hormigueante del lugar, o tal vez es que una ciudad con un millón de habitantes y sin alcantarillas es algo más bien fuerte para los poetas, que prefieren las amapolas, por supuesto”. Estas frases de Mort, una de las novelas de sir Terry Pratchett dan una medida del típico sentido del humor del escritor británico de fantasía, uno de los más populares y prolíficos del mundo (vendió más de 85 millones de libros), que falleció ayer a los 66 años tras 8 de padecer un tipo de alzhéimer, enfermedad a la que hizo frente con ejemplar coraje. Pratchett, convertido por sus fans en poco menos que una leyenda, se hizo célebre especialmente por la creación de un universo propio, Mundodisco, un lugar risible y estrafalario, vagamente medieval, en el que recreó en clave de comedia los mundos clásicos del género fantástico. Lleno de personajes desconcertantes, magos ineptos, guerreros incapaces, filósofos estúpidos y divinidades desesperadamente en busca de creyentes, por no hablar de las absurdas leyes físicas que rigen en él (¡y no hablemos de las tasas!), Mundodisco –y su capital Ankh-Morpork- es no se sabe si una de las creaciones más geniales jamás alumbradas por el ser humano o una de las más tontas. En todo caso, todo lo que transcurre allí, explicado en una larguísima y desigual serie de novelas, resulta –de manera inexplicable para los que no consigan entrar en su particular sentido del humor- absolutamente desopilante para millones de lectores (“A grandes rasgos, la única habilidad que los alquimistas de Ankh-Morpork habían descubierto hasta el momento era la capacidad de convertir oro en menos oro”).
Mundodisco, lugar de cosmogonía extravagante, es un mundo plano sostenido por cuatro elefantes que se apoyan en el caparazón de la Gran A’Tuin, la tortuga estelar: como se ve no se trata de un sistema copernicano al uso. La primera novela sobre ese mundo, El color de la magia, apareció en 1983, y luego el universo pratchettiano se fue expandiendo hasta 40 títulos que abarcan diferentes miniseries más o menos relacionadas con el asunto troncal, sea este el que sea. Se ha comparado lo que hizo Pratchett con la fantasía con lo que hizo Douglas Adams con la ciencia ficción con su serie del Autoestopista Galáctico: ambos dinamitaron los códigos desde un humor que roza tanto lo más inteligente como –sin solución de continuidad- lo más bobo. Personajes como Cohen el bárbaro (un trasunto en declive del Conan de Howard), el fracasado hechicero Rincewind, que normalmente está en fuga, el arcón con patas y mala baba llamado el Equipaje, o la mismísima La Muerte son algunos de los que recorren las millares de páginas de Prattchett, sin olvidar a las brujas, a los Magos de la Universidad Invisible, la abigarrada Guardia de la Ciudad de Ankh-Morpork o el Bibliotecario del Mundodisco, convertido en orangután por razones que sería prolijo explicar.
Nacido en Beaconsfield, Buckinghamshire, 1948, y fallecido ayer en su casa cerca de Stonehenge, con su gato a los pies de la cama, Pratchett era un tipo muy singular, a la altura de su creación y más desde que decidió tocarse con un extravagante sombrero, pelín de brujo y lucir barba blanca. Parecía una versión cómica de Gandalff, al igual que su obra tiene algo de gran broma tolkiniana. Marcaba las distancias con el autor de El Señor de los Anillos. Cuando lo entrevisté en Barcelona en 1991, adonde lo trajo el editor y librero Alejo Cuervo, uno de sus más conspicuos fans y gran apóstol de Mundodisco, me dijo que le parecía que Tolkien no podía funcionar bien con el lector actual. “Hoy somos más cínicos y descreídos, y sabemos que no todo es elegir entre el bien o el mal”. La gracia de los personajes de Mundodisco, señalaba, es que no se comportan de la manera tradicional (!) “y en ellos el lector se puede reconocer mucho mejor”. Subrayaba que los escritores serios habían abierto el camino para gente como Adams o él.
Pratchett, cuyo humor se ha comparado al de los Monty Python -“el universo entero se divide entre: a) cosas para aparearse con ellas, b) comérselas, c) escapar de ellas o d) rocas”-, había empezado a publicar relatos de ciencia ficción a los 13 años en la revista de la escuela y el primero en una revista comercial, Science fantasy, a los 15. Trabajó de periodista sin dejar nunca su interés por el género fantástico (publicó The dark side of the sun en 1976). En 1980 le ficharon como jefe de prensa de tres centrales nucleares (tema sobre el que decía que escribiría un libro si pensara que la gente iba a creérselo). En 1987 decidió dedicarse a escribir a tiempo completo. Junto a los libros de Mundodisco otra de sus series populares fue la del Éxodo de los gnomos, que arranca con Camioneros (1989) y que tata de una comunidad de enanos llegados de otro mundo que viven a punto de la extinción en un ambiente rural y deciden trasladarse en un camión de unos grandes almacenes (el resumen no hace honor a la historia, o tal vez sí). En total, Pratchett escribió 70 libros. En 2007 se le diagnosticó PCA (atrofia postcortical), una enfermedad degenerativa que provoca la pérdida y disfunción de las células cerebrales.
Hablaba abiertamente de su dolencia y luchó por hacerla conocida al público –incluso participando en un documental de la BBC- y lograr un tratamiento. Continuó escribiendo hasta el pasado verano, antes de sucumbir a los estados finales de la enfermedad. Su último libro fue de la serie de Mundodisco. En 2010 había recibido el premio World Fantasy a toda una vida. Recibió diversos doctorados honoríficos en literatura y los más altos reconocimientos oficiales británicos, incluso el título de sir. Sus novelas están llenas de frases inolvidables que acuñan una particular filosofía de la vida, y si no, al menos hacen reír. Probablemente ese le hubiera parecido un buen epitafio a ese hombre inteligente y simpático.
miércoles, 11 de marzo de 2015
Baile
Mientras no se sepa aún algo seguro,
pues no nos llegan todavía señales.
mientras la Tierra siga siendo diferente
a los planetas hasta ahora cercanos y lejanos,
mientras no se diga ni se escuche nada
sobre otras hierbas honradas por el viento,
sobre otros árboles ceñidos por coronas,
sobre otros animales comprobados como aquí
mientras no haya un eco, además del nativo,
que sea capaz de entrecortar palabras,
mientras no haya noticia
de peores o mejores mozarts,
edisons, platones,
mientras nuestros crímenes
puedan rivalizar sólo entre sí,
mientras nuestra bondad
siga sin parecerse a nada
y siendo excepcional hasta en su imperfección,
mientras nuestras cabezas llenas de ilusiones
se consideren las únicas cabezas llenas de ilusiones,
mientras sólo de la bóveda de nuestras bocas
pueda ponerse un grito en el cielo,
sintámonos huéspedes de este refugio,
distinguidos y extraordinarios,
bailemos al son de la banda local
y hagamos como si éste fuera el baile de los bailes.
No sé si para otros,
para mí esto es del todo suficiente
para ser feliz e infeliz:
un rincón modesto,
en el que las estrellas den las buenas noches
y hacia el que parpadeen
sin ningún significado.
-Wisława Szymborska
pues no nos llegan todavía señales.
mientras la Tierra siga siendo diferente
a los planetas hasta ahora cercanos y lejanos,
mientras no se diga ni se escuche nada
sobre otras hierbas honradas por el viento,
sobre otros árboles ceñidos por coronas,
sobre otros animales comprobados como aquí
mientras no haya un eco, además del nativo,
que sea capaz de entrecortar palabras,
mientras no haya noticia
de peores o mejores mozarts,
edisons, platones,
mientras nuestros crímenes
puedan rivalizar sólo entre sí,
mientras nuestra bondad
siga sin parecerse a nada
y siendo excepcional hasta en su imperfección,
mientras nuestras cabezas llenas de ilusiones
se consideren las únicas cabezas llenas de ilusiones,
mientras sólo de la bóveda de nuestras bocas
pueda ponerse un grito en el cielo,
sintámonos huéspedes de este refugio,
distinguidos y extraordinarios,
bailemos al son de la banda local
y hagamos como si éste fuera el baile de los bailes.
No sé si para otros,
para mí esto es del todo suficiente
para ser feliz e infeliz:
un rincón modesto,
en el que las estrellas den las buenas noches
y hacia el que parpadeen
sin ningún significado.
-Wisława Szymborska
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