jueves, 30 de abril de 2015

"¡Clonc! ¡Scrash! Llegan los marcianos" de Gianni Rodari


Una buena mañana llegan los marcianos. Primero vuelan sobre Roma con sus platillos de plata, difundiendo, en señal de amistad, una docena de madrigales de Gesualdo de Venosa, entre ellos Caro, amoroso neo y Gelo ha madonna in seño (letra de Torcuato Tasso), alternados con canciones populares y del hampa, como A tocchi a tocchi la campana sona. Cuando piensan que ya se han ganado una festiva acogida, aterrizan en el Circo Máximo, donde hay más sitio que en la Plaza de España y adonde acude en seguida el Subjefe de policía Fiorillo, al mando de siete mil camionetas.
Los platillos son tres. Y tres marcianos sacan la cabeza por las cupulitas. Son de un precioso verde primavera y tienen antenas en la frente, exactamente igual que la gente se los imagina. Pero no es cierto que sean bajitos: al contrario, miden tres metros y medio de alto. Visten túnicas amarillas, adornadas con bordados folklóricos bastante parecidos a los que se usaban en Calabria el siglo pasado. Rarezas del cosmos. Uno de los marcianos, al aparecer, se golpea la cabeza en la tapa da la cúpula. De inmediato sale de su cabeza una nubecita con la inscripción: ¡Clonc!
-Esa debe ser su bandera –comenta el sargento Mentillo.
-¿Y eso otro, qué es? –pregunta bajo sus bigotes el comisario Fiorillo.
En efecto, de la cabeza del marciano ha salido otra nubecita, en la que está escrito: ¡Aag!
-Ah, claro –comenta un chaval que, no se sabe cómo, se ha colado entre las siete mil camionetas.
-Claro, ¿en qué sentido? –se escama Mentillo.
-También el Pato Donald, cuando el tío Gilito le da un papirotazo en la chola dice ¡Aag!
-Ea, vete a la escuela –ordena el señor Fiorillo al chaval.
-No puedo –responde el chaval-. Tengo turno de tarde.
Mientras tanto los tres marcianos, para acentuar la sensación de paz y concordia, se ponen a aplaudir. Y también de sus manos salen nubecitas sumamente elegantes, con letreros, todos en letras de molde: ¡Clap! ¡Clap!
Después uno de los tres, el que se ha dado el cabezazo, hace señas de que quiere hablar. De su antena derecha sale una nubecita en la que los presentes leen, unos de corrido y otros silabeando, las siguientes palabras: “¡Salud! Como veis, somos marcianos, y hemos venido con intenciones cariñosas. Conque presentémonos. Yo soy el comandante AB 17”.
Cuando todos han acabado de leer, la nubecita desaparece. Pero es raro: l voz del marciano no se ha oído.
-Buenos días –responde al fin el comisario-. Yo soy el señor Fiorillo.
Tres nubecitas aparecen sobre las tres cabezas marcianas: “¿Qué ha dicho usted?”
-Que soy el señor Fiorillo, en representación del señor Jefe de Policía.
Los marcianos se consultan rápidamente, mientras en sus nubecitas se lee: Hummm… Hummm…
-Pero, ¿qué hacen? –pregunta el sargento Mentillo.
-¿Es que no lo ve? –replica el chaval-. Están reflexionando. También el Pato Donald…
-Oye… -comienza el señor Fiorillo.
Pero no puede terminar su declaración porque los marcianos están dando golpecitos con las manos en sus platillos para atraer su atención. De los puntos donde las manos han tocado el metal salen numerosas nubecitas, que llevan escrito: ¡Tlank! ¡Tap! ¡Tap! ¡Tump!
“En resumen –dicen ahora las nubecitas de los marcianos- ¿por qué no contestáis? Os creíamos más amables… ¡Glub!”.
-Maldita sea, dice el señor Fiorillo, en representación del Jefe de Policía.
Las nubecitas insisten: “No vemos vuestras nubecitas… ¡Blep!”.
-Están un poco deprimidos –observa el chaval-, pues si no habrían dicho Brrr o ¡Augh!
El señor Fiorillo reflexiona sobre el extraño mensaje:
-¿Nuestras nubecitas? Ya verás cómo…
De repente su inteligencia deductiva, ejercitada en años de investigaciones sobre toda clase de delitos, le hace vislumbrar la verdad: los marcianos hablan en tebeo [Historieta infantil, De TBO, nombre de una revista española fundada en 1917 N. del B.] y entienden sólo los tebeos…
El comisario pide un trozo de papel, recorta una nubecita en la que escribe: “Esperad un momento”. Y se la acerca a la boca. De las astronaves le responde un festivo brotar de nubecitas en las que los agentes de las siete mil camionetas, los cien mil romanos que se han congregado en el paraje y el chaval ya varias veces citado, leen, algunos mentalmente, otros produciendo un difuso retumbar de trueno:
-¡Por fin!
-¡Clapp! ¡Clapp!
-Os habéis decidido a hablar
-¡Ulp!
-Clinc
-¡Yupiii!
De una de las nubecitas sale la cabeza de un perrito marciano, también con sus antenitas, también con su letrero, que ladra de gozo:
-¡Yap! ¡Yap! ¡Yark!
Mientras tanto han llegado los expertos de la policía científica, el ministro de Comunicaciones y el de Transportes, algunos profesores universitarios, una docena de monseñores, ciento veintiocho periodistas, un alcalde, un señor que no es nada pero consigue colarse entre las autoridades porque tiene una perilla muy autorizada. Buscan desesperadamente a alguien que sepa hablar en tebeo, pero no lo encuentran.
-Lástima –dice el profesor De Mauris, catedrático de lingüística y tañedor de instrumentos de percusión-. La lengua de los tebeos yo la leo y la escribo, pero no la hablo. Qué quieren ustedes, en nuestras escuelas, en la hora de lenguas extranjeras, se hacen muchos ejercicios de gramática, pero casi nunca conversación.
-Es cierto, es cierto –aprueban los presentes-. También yo leo inglés, pero no lo hablo…
Yo escribo el cabardino-balcárico, pero no lo leo… Yo tengo buenos conocimientos literarios del swahili, pero no lo entiendo…
Hay que resignarse a comunicar con carteles. Llega un agente, a quien el señor Fiorillo ha mandado a la papelería a  comprar cincuenta kilos de cartulina blanca y diez pares de tijeras. Todos trabajan recortando nubecitas. Un guionista de cine, especialmente bueno para los diálogos, está preparado con el pincel. Así, de golpe y porrazo, acaban enterándose de que se trata de un deplorable equívoco espacial. Los marcianos habían recibido de un agente secreto, enviado a la Tierra en 1939, algunos ejemplares de un tebeo y se habían hecho la idea de que los terrestres hablaban con nubecitas…
-¡Si supierais qué trabajo –cuentan- aprender a hablar así! Y todo para nada. ¡Ufff!
El señor Fiorillo, por medio de un cartel, pregunta si también ellos tienen voz. Por toda respuesta los tres marcianos se ponen a cantar el himno marciano: una cosa del tipo de la polifonía barroca, algo así como el Magnificat de Bach. Los romanos aplauden. Por desgracias se oye el ruido de los aplausos, pero de los miles de manos que golpean una contra otra no sale ni la sombra de una nubecita.
-No lo sabemos hacer… -comenta tristemente el chaval.
De repente se ve al perrito de los marcianos que hace:
-¡Sniff! ¡Sniff!
-Ha olido algo –dice el sargento Mentillo, que en sus ratos perdidos lee comics prohibidos para menores de dieciocho años.
Un perrito terrestre, deslizándose entre millares de zapatos, ha llegado justamente bajo las astronaves y ladra con gran estruendo.
-¡Guau! ¡Guau! –responde la nubecita del perro marciano.
El perrito queda perplejo por un momento, porque no se lo esperaba. Despues, también de su hocico sale como una bocanada de vapor blanco en el que aparecen algunas letras temblonas:
-¡Grrr! ¡Grrr!
-Está furioso –traduce el profesor De Mauris a monseñor Celestini.
-¡Yap ¡Yap! –insiste amistosamente el marciano.
El perrito de por aquí se deja finalmente convencer y responde a tono:
-¡Yap! ¡Yap!
-Yap, yap significa Bau Bau –traduce el profesor De Mauris a los periodistas que toman notas.
-¿En marciano?
-¡No!... En tebeano. En marciano, si mis informaciones son exactas, Bau Bau se dice Krk Krk.
Entre los dos gozques se establece una apretada conversación de nubecitas. El chaval de antes y otros dieciocho mil chavales, que se han colado entre las piernas de las fuerzas del orden, se divierten tanto que estallan en carcajadas. Pero no en italiano, sino también ellos en tebeano. Sobre sus cabezas crepitan alegremente minúsculos cirros, nimbos, cúmulos y estrato-cúmulos, en los que todos (salvo los analfabetos) leen: “¡Yuk! ¡Yuk! ¡Oh! ¡Ja!”.
Una niña emite por error también un par de ¡Ulk!, pero se corrige enseguida, porque ésa es la exclamación típica de quien está a punto de perder el equilibrio y caer en una sima: pero en el Circo Máximo no hay simas.
El señor Fiorillo reflexiona en representación del Jefe de la Policía: “Estos marcianos nos están corrompiendo a los niños…”
Y no se da cuenta de que también de su sombrero está saliendo un nubarrón de temporal, en el cual los presentes, con sumo asombro, leen: ¡Hummm! ¡Hummm!
El sargento Mentillo, entusiasmado con la habilidad de su superior, quisiera gritarle “¡Muy bien!” pero no consigue poner en movimiento sus cuerdas vocales. De la nariz, en cambio, le sale un cirro en forma de cuña, con el letrero: ¡Snap! ¡Snap!
La escasa práctica le ha hecho confundir la expresión “Muy bien” con el típico ruido de una persona que hace restallar los dedos (adviértase, empero, que ¡SNAP! Es también el ruido producido por una cinta metálica que se aplasta, como bien dice Giochino Forte en su diccionario del tebeo). Pero aprenderá, aprenderá. Todos están aprendiendo, sin el menor esfuerzo, a producir formaciones nubosas ilustradas con las letras del alfabeto. El profesor De Mauris es tan experto que cuando se le suelta un botón consigue hacer salir de la chaqueta la adecuada nubecita, que dice, sin equivocarse: Clic.
-Debe ser un caso de sugestión colectiva –observa monseñor Celestini, emitiendo, por razón de su oficio, una nube en forma de aureola.
Un gran silencio ha caído sobre el circo Máximo en los últimos instantes. Todos hablan en tebeo. Incluso los que leen los letreros de los otros no los leen ya en voz alta, sino con otro letrero. Las siete mil camionetas, que de acuerdo con las órdenes recibidas habían mantenido los motores en marcha, dejan salir de los capós y por los escapes blancas nubecitas en las cuales se lee: Rroooarr… Rroooarr… que es, precisamente, y sin que quepa la menor duda, el ruido de un motor encendido de un coche parado. Ya se sabe que si el coche viajase a ciento noventa por hora haría, en cambio: ¡Vrooommm!
-Ahora podemos hablar –tebean los marcianos.
-Decid la verdad –responde con una nubecita el comisario Fiorillo-. Habéis usado algún gas para paralizarnos las cuerdas vocales.
-¡Qué gas ni qué ocho cuartos! –replican, nube a nube, los marcianos-. Teníais el tebeano en la punta de la lengua, esperando para salir.
Así, una nube tras otra, empiezan las negociaciones pacíficas. Los marcianos y las autoridades se trasladan a la Real Academia. Los platillos volantes quedan a cargo de un abrecoches furtivo, oriundo de Castellamare de Stabbia. La muchedumbre se dispersa tebeando y llevando el contagio de casa en casa, hasta el Tiburtino Terzo y Casalotti. Los timbres aprenden rápidamente a hacer ¡Ring!, las locomotoras a toda marcha arrastran un nubarrón volante que dice ¡Fiuuuuuu!, en los bares de vía Veneto el seltz, al salir del sifón, hace su buen ¡Frrr! Y los chavales que ven ante sus narices la consabida sopa emiten, en señal de disgusto, un elocuente ¡Puaff!, sin olvidar los puntos de exclamación. Así se ganan un buen par de bofetadas en tebeo: ¡Chaf! ¡Chaf!
Por supuesto, el gobierno aprovecha inmediatamente para declarar el tebeano “lengua de Estado” y abolir la libertad de palabra. Los pocos que quieren seguir hablando con palabras, en vez de con letreros, deben reunirse por la noche en los sótanos y hablar en voz baja, pues si no los detienen por “escándalo nocturno”.
Parecía muy bonito y cómodo que los huevos, al romperse al bordo de la sartén, produjeran sólo una bolita con Splif o Scrash, según fueran del día o conservados. Pero luego se ha visto que es un rollo.
¿Cuántos son los que insisten en querer hablar haciendo ruido en vez de humo? No se sabe. Pero esperemos que muchos.

Rodari, Gianni, en "¡Clonc! ¡Scrash! Llegan los marcianos" en Cuentos escritos a máquina, traducción de Esther Benítez, ilustraciones de Fuencisla del Amo, Barcelona, Salvat/Alfaguara, 1987, 270 pp., (Biblioteca juvenil), pp. 141-150.



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