Terry Pratchett es uno de los representantes más populares de la fantasía contemporánea. Leído en todo el mundo, el escritor británico falleció recién el once de marzo de
este año. Sus lectores se maravillan y ríen con las historias que acontecen en
el Mundodisco, el universo creado por Pratchett. Para muestra un botón:
Por las profundidades
insondables del espacio nada la tortuga estelar, Gran A'Tuin, que transporta
sobre su caparazón a los cuatro elefantes gigantes que a su vez soportan sobre
sus lomos la masa del Mundodisco. En torno a ellos giran un pequeño sol y una luna
diminuta.
Dibujan
una órbita muy complicada para provocar los cambios de estación, así que debe
de ser el único lugar del universo donde a veces un elefante tiene que levantar
una pata para dejar pasar el sol.
Quizá
nunca sepamos exactamente el porqué de esto. Es posible que el Creador del
universo se aburriera de tanta inclinación axial, albedo y velocidad de rotación,
y decidiera divertirse un ratito.
No
hace falta ser un genio para suponer que los dioses de un mundo así no deben de
jugar al ajedrez, y así es. La verdad es que ningún dios juega al ajedrez. Les
falta imaginación. Los dioses prefieren juegos más sencillos y salvajes, donde
uno No Expande Su Intelecto sino que se Va A La Porra Directamente Sin Pasar
Por La Salida. Para comprender toda religión es imprescindible saber que a los
dioses les divierte ver a las niñas saltando a la comba con alambres de púas.
La
magia es lo que mantiene la consistencia del Mundodisco, es una magia
entretejida como hilos de seda a la estructura subyacente de su existencia, una
magia que sutura las heridas de la realidad.
Buena
parte de ella termina en las Montañas del Carnero, que se extienden desde las
llanuras heladas cercanas al Eje, atraviesan los archipiélagos y llegan hasta
los mares cálidos que se vierten interminablemente al espacio por el Borde.
La
magia pura es invisible, pero crepita de cumbre en cumbre, y se entierra en las
montañas. De las Montañas del Carnero ha surgido la mayor parte de los magos y
brujas del mundo. En las Montañas del Carnero, las hojas de los árboles se
mueven incluso cuando no hay brisa. Las rocas pasean antes de cenar.
Hasta
la tierra, de vez en cuando, parece viva… Y en ocasiones, también el cielo.
La
tormenta estaba azotando con todo su entusiasmo. Aquélla era su gran
oportunidad. Se había pasado años de gira por provincias, haciendo funciones
para conseguir experiencia, consiguiendo contactos, y sólo de vez en cuando
asaltando a pastores distraídos o hendiendo pequeños robles. Ahora, un hueco en
el escalafón del tiempo le había dado su gran oportunidad, y la tormenta se
esforzaba al máximo con la esperanza de que la viera alguno de los climas
importantes.
Era
una buena tormenta. Ponía auténtica pasión en su trabajo, pero sin olvidar la
eficacia, y los críticos opinaban que, en cuanto aprendiera a controlar un poco
mejor sus truenos, no tardaría en ser una tormenta para tomar en cuenta.
Los
bosques rugieron sus aplausos, y se llenaron de nieblas y hojas desprendidas.
En
noches como ésta, los dioses, según se ha señalado ya, juegan a cosas que no
son el ajedrez con los destinos de los mortales y los tronos de los reyes. Es
importante recordar que siempre hacen trampas, del principio al final.
Un
coche de caballos recorría a toda velocidad el tortuoso sendero del bosque, se
tambaleaba con violencia cuando las ruedas tropezaban en las raíces de los
árboles. El conductor azuzaba a los animales, el crujido desesperado de su
látigo proporcionaba un interesante contrapunto al rugir de la tempestad.
Tras
él (muy poco por detrás, y acercándose) había tres jinetes encapuchados.
En
noches como está se llevan a cabo acciones malvadas. También buenas, claro.
Pero las malas ganan de largo.
Fragmento de Brujerías, traducción de Cristina Macía,
Barcelona, Plaza & Janés, 1999, 324 pp, (Biblioteca de Terry Pratchett), pp 7-9.
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