domingo, 2 de junio de 2013

"De cómo el Roñas y su mamá salvaron al mundo" de Héctor Chavarría

Indetectable y poderosa, aunque sólo era un explorador subalterno, la nave descendió entre las capas atmosféricas, dejó atrás las altas montañas que coronaban el valle y se metió de lleno en el smog capitalino.

Ahí comenzaron realmente sus problemas.

El computador de ruta y combate tosió –el equivalente cibernético de una tos- y trató de advertir a sus cuatro tripulantes que las cosas iban mal y podían ponerse peores.

Con una cabriola extraña y que jamás habían hecho en la tenue atmósfera de su planeta de origen, la nave descendió en un predio baldío a causa de los sismos del 85. Claro que los cuatro tripulantes no lo sabían.


Después de reponerse del encontronazo y volver a conectar su computador en huelga, los cuatro descendieron con la típica agresividad  de los Linx –ese sería su equivalente de su nombre en español- y cubriéndose mutuamente las espaldas con sus armas multipropósitos avanzaron entre los escombros.

Cuando aparecieron en la calle se encontraron al Roñas.

Eran lo suficiente humanoides para poder pasar por personas un tanto extrañas, pero las diferencias que podrían ser advertidas por cualquiera a la luz del día, quedaban minimizadas en la noche por la poca iluminación de las calles de Tepito, el smog capitalino y porque el Roñas estaba en su estado natural, cruzado con cemento, mota y una buena dosis de alcohol de teporocho.

El Roñas los saludó amablemente.

-¡Qui’ubas, joy, chale, hijo, presta el traje!

Los extraños intercambiaron rápidos pensamientos y contuvieron el deseo de lanzarle una descarga de alcance medio.

–Saludos, hombre- dijo uno de ellos con acento terrible, pero bastante bien si se toma en cuenta que conocía el español por programas de televisión.

-¿Son gabachos?- inquirió el roñas al advertir la coloración azul oscura de sus pieles.

-Venimos de muy lejos y nos gustaría hablar con su líder- eso se decía en las películas que los extraños habían visto.

-Y, ¿tienen sus papeles por si vienen los agentes?

Los extraños intercambiaron nuevamente pensamientos acerca de los papeles. Eso no aparecía en el guión de las películas.

-No los tenemos, hombre ¿podríamos conseguirlos?

-¡Ah, indocumentados! -Exclamó el Roñas consciente de su súbita importancia-. ¿Traen dólares?

Nuevo intercambio de pensamientos.

-Traemos cosas que podrían ser valiosas, pero quisiéramos hablar con su jefe.

-¿Mi jefe? No, joy, el viejo se chispó hace tiempo… pero está mi jefa.

Así pues, el Roñas  los llevó con su mamá. Después de abofetear a su hijo hasta cansarse, doña Eréndira Felícitas se enfrentó con los desconocidos. No entendió nada de lo que decían, pero como buena mexicana tepiteña decidió que era bueno recibir a los extranjeros debidamente.
Así que mientras el Roñas, ya un poco menos pasado y deseoso de volver agarrar avión les hacía plática social, doña Eréndira Felícitas comenzó a preparar la fiesta.

Los extraños, ajenos a la plática del Roñas, tomaron disimuladamente sus omnivacunas y siguieron intercambiando pensamientos.

Será fácil –dijo uno-, son muy primitivos. Analicé los componentes básicos de todo lo que está aquí y nada puede dañarnos, añadió el segundo.

Ellos no saben –dijo otro- que el organismo Linx es resistente a todo en mil planetas. La conquista será juego de niños.

Una vez dominados –intervino el cuarto-, utilizaremos a esta raza primitiva como abono y su planeta como sitio de descanso.

-¿Quieren una chela? –interrumpió el Roñas.

Así fue como el Roñas y su mamá salvaron al mundo.

La nave por supuesto, fue descubierta en el baldío al día siguiente. Estaba ahí quietecita, con su computadora histérica lanzando frenéticas señales a sus dueños.

Ellos ya no estaban ahí. La nave tampoco estuvo mucho tiempo. Nada puede quedar abandonado mucho tiempo en Tepito.

Después de ser deshuesada sus componentes fueron vendidos en el tianguis; ni la computadora fue capaz de defenderse. Las ropas, equipos y armas de los cuatro Linx siguieron el mismo camino, excepto el traje de uno que el Roñas lució hasta que cayó en pedazos.

Los Linx eran muy resistentes pero nadie es capaz de aguantar los antojitos de Tepito, ni siquiera los tepiteños. Además, el Roñas les dio cerveza, cemento y mota… una combinación explosiva. Se desintegraron antes de llegar al pulque y el alcohol de 96… ya no hacen extraterrestres como antes.

El planeta Tierra, gracias al informe de la computadora, fue clasificado como altamente nocivo, especialmente peligroso y los Linx se dedicaron a buscar presas más pacíficas.

El Roñas sigue hasta atrás y doña Eréndira preguntándose a dónde se fueron los gabachos que su hijo llevó a casa y a los que agasajó con los tacos, tamales y antojitos recalentados que no había vendido aquel día.

En el sitio donde descendió la nave y se salvó la Tierra no hay monumento alguno, salvo un adefesio del programa de vivienda para damnificados.

México sigue igual, sin que se sepa que salvó al mundo. Ni siquiera los héroes lo saben, pero todos pueden dormir tranquilos… si los invasores vuelven, Tepito vigila…


Y, mientras Tepito no sea potencia mundial, la Tierra está a salvo…

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