Algo terrible ha pasado y nuestro fin llegó: Una devastadora guerra nuclear acabó con todo lo que estaba vivo,
excepto las cucarachas y los protegidos de un bunker; alguien ha liberado un
virus que mutó demasiado rápido y mató a las masas a un ritmo insoportable;
algo nos atacó o bien la Tierra ha dicho “basta”. He aquí los clichés más populares sobre el fin de los hombres, los que
se pueden reproducir en una película con un presupuesto decente. Pero el fin devastador del mundo se ha relatado por cientos de personas
y algunos de estos relatos pueden sentirse como más probables o mejor
intencionados que otros.
Sus escenarios y tratamientos han sido muchos. En algunos ni siquiera
interesa saber qué fue lo que nos acabó, como en el cuento Vendrán las lluvias suaves de Ray Bradbury, donde lo importante es
ver que por alguna razón los hombres ya no están ahí pero que las máquinas
domésticas ultramodernas seguirán haciendo sus tareas programadas para cada
horario, ajenas a cualquier catástrofe que haya sucedido. Al final, por mera
inercia, las máquinas seguirán trabajando hasta que ellas mismas –sin ninguna
clase de inteligencia- acaben con los restos de las últimas casas
sobrevivientes.
Mas hay cierta convención; el fin de los hombres no es sinónimo del fin
del mundo. Los hombres han de irse y puede que nadie los recuerde o que los
robots mantengan su recuerdo durante un corto tiempo; en Un hombre es un hombre de Gabriel Trujillo Muñoz las máquinas se
recrean formando imágenes de los hombres e imaginan melancólicas cómo sería verlos
otra vez antes de que ellas mismas desaparezcan.
Después de todo, aunque llegue nuestro fin, no sabemos qué actitud
tomaremos al presentirlo claramente, tal vez las mujeres sigan bordando en
resignada espera como en Bordado,
otro cuento de Bradbury. También puede ser
que intentemos arreglarlo con nuestro escaso entendimiento de los hechos como
sucede en el brillante filme Doce monos
de Terry Gilliam. No sabemos cómo reaccionaríamos si sucediera hoy pero nos parece que
sería diferente a como lo haríamos en el futuro o como lo habríamos hecho en el
pasado; los tiempos y nuestra mente serán diferentes en ese momento.
Una nueva pregunta: ¿nuestro fin llegará cuando sigamos en la Tierra o
nos iremos de aquí mucho antes? He ahí también el sueño de Asimov en el que el hombre abandona y olvida
su planeta original. Aunque por otra parte el hombre puede irse sin haber dado
un paso concreto en la conquista del espacio.
En esta ocasión les presento un cuento de esta última clase, es decir,
un poco pesimista y melancólico: su
título es Mundo blanco y pertenece al
destacado escritor mexicano José Luis Zárate.
¿Qué pasaría si a pesar de nuestros sueños los primeros intentos de
vivir más allá del cielo fueran también los últimos? ¿Qué podría detener en
seco esa empresa?
Cuánta melancolía podría haber en el recorrido de algún visitante que
viera sin querer aquello que dejaron tras de sí los últimos humanos; sus
cuerpos que no se podrían podrir en la Luna, sus últimas llamadas de auxilio seguirían sonando por años.
Así pues, sea lo que sea que pase o que hagamos antes de que nos vayamos
y de que el mundo quede desolado les
dejo antes este relato del autor de CF poblano, propio para leerse en un día
nublado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario