Una buena mañana llegan
los marcianos. Primero vuelan sobre Roma con sus platillos de plata,
difundiendo, en señal de amistad, una docena de madrigales de Gesualdo de
Venosa, entre ellos Caro,
amoroso neo y Gelo ha madonna in seño (letra de Torcuato Tasso),
alternados con canciones populares y del hampa, como A tocchi a tocchi la campana sona.
Cuando piensan que ya se han ganado una festiva acogida, aterrizan en el Circo
Máximo, donde hay más sitio que en la Plaza de España y adonde acude en seguida
el Subjefe de policía Fiorillo, al mando de siete mil camionetas.
Los
platillos son tres. Y tres marcianos sacan la cabeza por las cupulitas. Son de
un precioso verde primavera y tienen antenas en la frente, exactamente igual
que la gente se los imagina. Pero no es cierto que sean bajitos: al contrario,
miden tres metros y medio de alto. Visten túnicas amarillas, adornadas con
bordados folklóricos bastante parecidos a los que se usaban en Calabria el
siglo pasado. Rarezas del cosmos. Uno de los marcianos, al aparecer, se golpea
la cabeza en la tapa da la cúpula. De inmediato sale de su cabeza una nubecita
con la inscripción: ¡Clonc!
-Esa
debe ser su bandera –comenta el sargento Mentillo.
-¿Y
eso otro, qué es? –pregunta bajo sus bigotes el comisario Fiorillo.
En
efecto, de la cabeza del marciano ha salido otra nubecita, en la que está
escrito: ¡Aag!
-Ah,
claro –comenta un chaval que, no se sabe cómo, se ha colado entre las siete mil
camionetas.
-Claro,
¿en qué sentido? –se escama Mentillo.
-También
el Pato Donald, cuando el tío Gilito le da un papirotazo en la chola dice ¡Aag!
-Ea,
vete a la escuela –ordena el señor Fiorillo al chaval.
-No
puedo –responde el chaval-. Tengo turno de tarde.
Mientras
tanto los tres marcianos, para acentuar la sensación de paz y concordia, se
ponen a aplaudir. Y también de sus manos salen nubecitas sumamente elegantes,
con letreros, todos en letras de molde: ¡Clap!
¡Clap!
Después
uno de los tres, el que se ha dado el cabezazo, hace señas de que quiere
hablar. De su antena derecha sale una nubecita en la que los presentes leen,
unos de corrido y otros silabeando, las siguientes palabras: “¡Salud! Como
veis, somos marcianos, y hemos venido con intenciones cariñosas. Conque presentémonos.
Yo soy el comandante AB 17”.
Cuando
todos han acabado de leer, la nubecita desaparece. Pero es raro: l voz del
marciano no se ha oído.
-Buenos
días –responde al fin el comisario-. Yo soy el señor Fiorillo.
Tres
nubecitas aparecen sobre las tres cabezas marcianas: “¿Qué ha dicho usted?”
-Que
soy el señor Fiorillo, en representación del señor Jefe de Policía.
Los
marcianos se consultan rápidamente, mientras en sus nubecitas se lee: Hummm… Hummm…
-Pero,
¿qué hacen? –pregunta el sargento Mentillo.
-¿Es
que no lo ve? –replica el chaval-. Están reflexionando. También el Pato Donald…
-Oye…
-comienza el señor Fiorillo.
Pero
no puede terminar su declaración porque los marcianos están dando golpecitos
con las manos en sus platillos para atraer su atención. De los puntos donde las
manos han tocado el metal salen numerosas nubecitas, que llevan escrito: ¡Tlank! ¡Tap! ¡Tap! ¡Tump!
“En
resumen –dicen ahora las nubecitas de los marcianos- ¿por qué no contestáis? Os
creíamos más amables… ¡Glub!”.
-Maldita
sea, dice el señor Fiorillo, en representación del Jefe de Policía.
Las
nubecitas insisten: “No vemos vuestras nubecitas… ¡Blep!”.
-Están
un poco deprimidos –observa el chaval-, pues si no habrían dicho Brrr o ¡Augh!
El
señor Fiorillo reflexiona sobre el extraño mensaje:
-¿Nuestras
nubecitas? Ya verás cómo…
De
repente su inteligencia deductiva, ejercitada en años de investigaciones sobre
toda clase de delitos, le hace vislumbrar la verdad: los marcianos hablan en tebeo [Historieta infantil, De TBO, nombre de una revista española fundada en 1917 N. del B.] y entienden sólo los tebeos…
El
comisario pide un trozo de papel, recorta una nubecita en la que escribe: “Esperad
un momento”. Y se la acerca a la boca. De las astronaves le responde un festivo
brotar de nubecitas en las que los agentes de las siete mil camionetas, los
cien mil romanos que se han congregado en el paraje y el chaval ya varias veces
citado, leen, algunos mentalmente, otros produciendo un difuso retumbar de
trueno:
-¡Por
fin!
-¡Clapp! ¡Clapp!
-Os
habéis decidido a hablar
-¡Ulp!
-Clinc
-¡Yupiii!
De
una de las nubecitas sale la cabeza de un perrito marciano, también con sus
antenitas, también con su letrero, que ladra de gozo:
-¡Yap! ¡Yap! ¡Yark!
Mientras
tanto han llegado los expertos de la policía científica, el ministro de
Comunicaciones y el de Transportes, algunos profesores universitarios, una docena
de monseñores, ciento veintiocho periodistas, un alcalde, un señor que no es
nada pero consigue colarse entre las autoridades porque tiene una perilla muy
autorizada. Buscan desesperadamente a alguien que sepa hablar en tebeo, pero no
lo encuentran.
-Lástima
–dice el profesor De Mauris, catedrático de lingüística y tañedor de
instrumentos de percusión-. La lengua de los tebeos yo la leo y la escribo,
pero no la hablo. Qué quieren ustedes, en nuestras escuelas, en la hora de
lenguas extranjeras, se hacen muchos ejercicios de gramática, pero casi nunca
conversación.
-Es
cierto, es cierto –aprueban los presentes-. También yo leo inglés, pero no lo
hablo…
Yo
escribo el cabardino-balcárico, pero no lo leo… Yo tengo buenos conocimientos
literarios del swahili, pero no lo entiendo…
Hay
que resignarse a comunicar con carteles. Llega un agente, a quien el señor
Fiorillo ha mandado a la papelería a comprar cincuenta kilos de cartulina blanca y
diez pares de tijeras. Todos trabajan recortando nubecitas. Un guionista de
cine, especialmente bueno para los diálogos, está preparado con el pincel. Así,
de golpe y porrazo, acaban enterándose de que se trata de un deplorable
equívoco espacial. Los marcianos habían recibido de un agente secreto, enviado
a la Tierra en 1939, algunos ejemplares de un tebeo y se habían hecho la idea de
que los terrestres hablaban con nubecitas…
-¡Si
supierais qué trabajo –cuentan- aprender a hablar así! Y todo para nada. ¡Ufff!
El
señor Fiorillo, por medio de un cartel, pregunta si también ellos tienen voz. Por
toda respuesta los tres marcianos se ponen a cantar el himno marciano: una cosa
del tipo de la polifonía barroca, algo así como el Magnificat de Bach. Los romanos aplauden. Por desgracias se oye el
ruido de los aplausos, pero de los miles de manos que golpean una contra otra
no sale ni la sombra de una nubecita.
-No
lo sabemos hacer… -comenta tristemente el chaval.
De
repente se ve al perrito de los marcianos que hace:
-¡Sniff! ¡Sniff!
-Ha
olido algo –dice el sargento Mentillo, que en sus ratos perdidos lee comics
prohibidos para menores de dieciocho años.
Un
perrito terrestre, deslizándose entre millares de zapatos, ha llegado
justamente bajo las astronaves y ladra con gran estruendo.
-¡Guau! ¡Guau! –responde la nubecita del
perro marciano.
El
perrito queda perplejo por un momento, porque no se lo esperaba. Despues,
también de su hocico sale como una bocanada de vapor blanco en el que aparecen
algunas letras temblonas:
-¡Grrr! ¡Grrr!
-Está
furioso –traduce el profesor De Mauris a monseñor Celestini.
-¡Yap ¡Yap! –insiste amistosamente el
marciano.
El
perrito de por aquí se deja finalmente convencer y responde a tono:
-¡Yap! ¡Yap!
-Yap,
yap significa Bau Bau –traduce el
profesor De Mauris a los periodistas que toman notas.
-¿En
marciano?
-¡No!...
En tebeano. En marciano, si mis informaciones son exactas, Bau Bau se dice Krk Krk.
Entre
los dos gozques se establece una apretada conversación de nubecitas. El chaval
de antes y otros dieciocho mil chavales, que se han colado entre las piernas de
las fuerzas del orden, se divierten tanto que estallan en carcajadas. Pero no
en italiano, sino también ellos en tebeano. Sobre sus cabezas crepitan
alegremente minúsculos cirros, nimbos, cúmulos y estrato-cúmulos, en los que
todos (salvo los analfabetos) leen: “¡Yuk!
¡Yuk! ¡Oh! ¡Ja!”.
Una
niña emite por error también un par de ¡Ulk!,
pero se corrige enseguida, porque ésa es la exclamación típica de quien está a
punto de perder el equilibrio y caer en una sima: pero en el Circo Máximo no
hay simas.
El
señor Fiorillo reflexiona en representación del Jefe de la Policía: “Estos
marcianos nos están corrompiendo a los niños…”
Y
no se da cuenta de que también de su sombrero está saliendo un nubarrón de
temporal, en el cual los presentes, con sumo asombro, leen: ¡Hummm! ¡Hummm!
El
sargento Mentillo, entusiasmado con la habilidad de su superior, quisiera
gritarle “¡Muy bien!” pero no consigue poner en movimiento sus cuerdas vocales.
De la nariz, en cambio, le sale un cirro en forma de cuña, con el letrero: ¡Snap! ¡Snap!
La
escasa práctica le ha hecho confundir la expresión “Muy bien” con el típico
ruido de una persona que hace restallar los dedos (adviértase, empero, que ¡SNAP!
Es también el ruido producido por una cinta metálica que se aplasta, como bien
dice Giochino Forte en su diccionario del tebeo). Pero aprenderá, aprenderá.
Todos están aprendiendo, sin el menor esfuerzo, a producir formaciones nubosas
ilustradas con las letras del alfabeto. El profesor De Mauris es tan experto
que cuando se le suelta un botón consigue hacer salir de la chaqueta la
adecuada nubecita, que dice, sin equivocarse: Clic.
-Debe
ser un caso de sugestión colectiva –observa monseñor Celestini, emitiendo, por
razón de su oficio, una nube en forma de aureola.
Un
gran silencio ha caído sobre el circo Máximo en los últimos instantes. Todos hablan
en tebeo. Incluso los que leen los letreros de los otros no los leen ya en voz
alta, sino con otro letrero. Las siete mil camionetas, que de acuerdo con las
órdenes recibidas habían mantenido los motores en marcha, dejan salir de los
capós y por los escapes blancas nubecitas en las cuales se lee: Rroooarr… Rroooarr… que es, precisamente,
y sin que quepa la menor duda, el ruido de un motor encendido de un coche
parado. Ya se sabe que si el coche viajase a ciento noventa por hora haría, en
cambio: ¡Vrooommm!
-Ahora
podemos hablar –tebean los marcianos.
-Decid
la verdad –responde con una nubecita el comisario Fiorillo-. Habéis usado algún
gas para paralizarnos las cuerdas vocales.
-¡Qué
gas ni qué ocho cuartos! –replican, nube a nube, los marcianos-. Teníais el
tebeano en la punta de la lengua, esperando para salir.
Así,
una nube tras otra, empiezan las negociaciones pacíficas. Los marcianos y las
autoridades se trasladan a la Real Academia. Los platillos volantes quedan a
cargo de un abrecoches furtivo, oriundo de Castellamare de Stabbia. La muchedumbre
se dispersa tebeando y llevando el contagio de casa en casa, hasta el Tiburtino
Terzo y Casalotti. Los timbres aprenden rápidamente a hacer ¡Ring!, las locomotoras a toda marcha
arrastran un nubarrón volante que dice ¡Fiuuuuuu!,
en los bares de vía Veneto el seltz, al salir del sifón, hace su buen ¡Frrr! Y los
chavales que ven ante sus narices la consabida sopa emiten, en señal de
disgusto, un elocuente ¡Puaff!, sin olvidar los puntos de exclamación. Así se
ganan un buen par de bofetadas en tebeo: ¡Chaf!
¡Chaf!
Por
supuesto, el gobierno aprovecha inmediatamente para declarar el tebeano “lengua
de Estado” y abolir la libertad de palabra. Los pocos que quieren seguir
hablando con palabras, en vez de con letreros, deben reunirse por la noche en
los sótanos y hablar en voz baja, pues si no los detienen por “escándalo
nocturno”.
Parecía
muy bonito y cómodo que los huevos, al romperse al bordo de la sartén,
produjeran sólo una bolita con Splif o
Scrash, según fueran del día o
conservados. Pero luego se ha visto que es un rollo.
¿Cuántos
son los que insisten en querer hablar haciendo ruido en vez de humo? No se
sabe. Pero esperemos que muchos.
Rodari, Gianni, en "¡Clonc! ¡Scrash! Llegan los marcianos" en Cuentos escritos a máquina, traducción de Esther Benítez, ilustraciones de Fuencisla del Amo, Barcelona, Salvat/Alfaguara, 1987, 270 pp., (Biblioteca juvenil), pp. 141-150.