Por Diego Iván Pescador Padilla.
Las dos obras más famosas de George Orwell son, como ya se ha dicho muchas
veces, novelas terroríficas. Rebelión en
la granja habla sobre la instauración de un régimen
comunista en una granja controlada por animales que se rebelaron contra su
granjero. En 1984 se habla sobre la
eliminación del pensamiento individual y de la movilidad social por un régimen
totalitario. Ambas novelas son una alegoría del sistema leninista; el autor no
concebía otro desarrollo posible para ese sistema a pesar de que en sus
primeros años de lucha política luchó en el bando comunista. Fue después
de su desencanto con esa ideología que escribió estos dos libros, aunque después nunca dejó en claro sus filiaciones políticas
ni abandonó de forma expresa el ideal del socialismo en Europa.
En el estremecimiento al leer estas novelas la
primera pregunta que surge es por qué los habitantes de Oceanía –tanto miembros
del partido como proles- y los de Granja Animal soportan con indiferencia o
hasta con ánimo sus terribles condiciones de vida, qué es lo que ha ocurrido para
llegar ahí. Es de suponerse que una sociedad tan tolerante al maltrato debe
haber pasado por un deterioro intelectual y político que le impide darse cuenta
de su condición. Éste tiene múltiples causas y el empobrecimiento del lenguaje
es su reflejo y en cierta medida, su causa.
Para hablar sobre esa relación entre el deterioro
intelectual y el del lenguaje veamos primero algunos aspectos de las sociedades
parecidas a las de estas novelas. El primero es que la dinámica política decae
y se paraliza en un régimen tiránico donde el poder se asienta en el conjunto
informe del partido dominante, lo que no es igual a decir que sus miembros
vivan en una posición mucho mejor que la del resto del pueblo; la vida de
Winston Smith es quizá la vida de la mayoría de los cerdos que vivían en la
antigua casa Jones. “No era que estos
animales no trabajaran a su manera […] tenían que realizar un esfuerzo enorme
todos los días con unas cosas misteriosas llamadas ‘ficheros’, ‘informes,
‘actas’ y ‘ponencias’”. Trabajo burocrático que terminaba en las llamas.
Sólo unos pocos tienen una posición privilegiada y
los demás, sin importar su labor, no parecen tener un lugar aparte, diferente
al del resto del grupo es decir, una identidad individual. Los críticos a los
sistemas comunistas advierten que la figura de individuo se pierde en el
momento en que se colectiviza la propiedad. Lo que parece un sueño, repartir
todo entre todos, elimina las libertades de cada persona ya que la propiedad
privada “permite el desarrollo de la independencia de cada cual, de su
autonomía, su distanciamiento creador de la unanimidad del grupo y le permite
desarrollar derechos y deberes basados en la deliberación racional y no en los
automatismos colectivos”. (Savater, 2012)
La excesiva identificación con el grupo hace que
sus miembros soporten con agrado cualquier sufrimiento que venga de él. Como es
sabido, el fanatismo -la creencia excesiva en las ventajas de alguna asociación-
hace que los sujetos se encadenen a ella por razones que les parecen indiscutibles;
estas razones cambian conforme al tiempo: primero son emotivas y nacen de la
alegría colectiva, como la que sintieron los animales de la granja al expulsar
a Jones, después esa emoción tiene que enfocarse para que sea llevada a puntos indeseados por los líderes. Se convierte en apego afectivo a los símbolos,
rituales y lideres (la bandera verde, el desfile ante el cráneo de Mayor, y los
himnos a Napoleón). Si esa emotividad se apagase la unión al grupo se quedaría
sin fundamento, de ahí que se tenga que hacer referencia a un motivo proveniente
de la naturaleza pero que se pueda modificar según las circunstancias: el
caminar en cuatro patas y no dormir en sábanas primero y después sólo ser
diferentes al hombre. Más tarde, al ya no sentir amor alguno por los opresores,
puesto que la primera emoción quedó superada hace mucho y perdió peso la
validez del motivo natural, se tiene que fundamentar la pertenencia al grupo
con motivos históricos (en realidad esta es la causa detonante de las
rebeliones; la represión histórica del granjero Jones, en este caso) después se
tiene que mitificar la primera causa de su surgimiento, eliminar el contraste y
la referencia entre los tiempos anteriores y el actual. Modificar pues, la
Historia para que de ella provengan las razones por las que las cosas son como
son.
He ahí las razones en que se justifica la opresión
que paraliza la política y a la sociedad. Pero el método que hay que seguir para que esto se
logre es la ralentización del intelecto del pueblo y es aquí donde entra el
empobrecimiento del lenguaje. La sociedad no puede estar llena de fanáticos que
intentan disuadirse a sí mismos con las falacias de los opresores, como el
pobre caballo Boxer que en alguna ocasión “expresó la opinión general diciendo ‘si
el camarada Napoleón lo dice debe estar en lo cierto’ y desde ese momento
adoptó la consigna ‘Napoleón siempre tiene la razón’” Al contrario, los
miembros de una agrupación necesitan justificar constantemente su sujeción al
menos cuando esta es nueva y diferente a un estado previo de su vida. Pensar en
que lo que el líder ordena está bien porque es más listo o fuerte o ágil o lo
que sea no les es suficiente. El aura que cubre al estrato superior del grupo
debe acrecentarse todo el tiempo (nadie
es líder si no tiene algo de tabú)
Los demagogos tienen que utilizar la palabra para
convencer a la gente de todas las razones antes expuestas. Queda claro que es
la palabra la que tiene que comenzar todo proceso social, la sociedad no se
mueve, aún viendo la necesidad de hacerlo, si alguien con la suficiente
influencia no expresa sus ideas. Sin embargo es fácil quedar perplejos ante el
poco trabajo que tienen que hacer los retóricos para convencer al pueblo de
bajar la cabeza ante el tirano en turno. Sólo les hace falta apelar al miedo,
por ejemplo, de regresar al estado anterior a la llegada del líder o a la
formación del grupo, en efecto “los hombres eligieron jefes por miedo… a sí
mismos, a lo que podría llegar ser su vida si no designaban a alguien que les
mandase y zanjara sus disputas” (Savater,
2012) en el caso de Rebelión en la granja
Squealer lleva cualquier discurso al argumento final de que es preferible hacer
cualquier cosa con tal de que no regrese el granjero. El carácter mesiánico de
algo oculta sus defectos.
Pero antes de eso el orador oficial debe utilizar
la promesa, cualquier persona que haya observado una elección pública está al
tanto de esto y no echa en falta ninguna explicación. Pero ¿qué hacer cuando es
el momento de cumplir la promesa? O es más, en el momento en que la promesa ya
se cumplió aunque no tal como había sido formulada. En nuestro país por
ejemplo, no le hace falta al político hacer gran cosa, existe la misma
probabilidad tanto de que cumpla una promesa como de que alguien reclame
públicamente si no lo hace. Pero en los países comunistas, donde se está
viviendo el sueño, es necesario mostrar todo el tiempo que las cosas van bien,
decir que tal vez las cosas no son como se pensaba es ponerse una soga al
cuello. En la historia real, Stalin aisló a la URSS y trató de demostrar en
todo momento que el socialismo era exitoso, en la Guerra Fría de las décadas
posteriores, mostrar al mundo la realidad del pueblo soviético habría acabado
sin necesidad de tanto jaleo el mito de su poder. El equivalente en la obra de
Orwell es el deseo de que los granjeros humanos no conozcan las dificultades a
las que se enfrentan los animales.
Para demostrarlo es necesario utilizar la
comparación entre el presente –propio y ajeno- el pasado y el futuro al que se
dirige. Una sola diferencia entre ellos puede utilizarse hasta el cansancio,
recordemos que las razones por la que un grupo es bueno y otro no vienen de su
naturaleza y por tanto no se espera que cambien si no es necesario. También es
necesario decir que la producción de todo va hacia arriba y que la vida es tan
buena que el pueblo sale “espontáneamente” a la calle a agradecer al gobierno.
Mas lo anterior sucede en todos los gobiernos, un ejemplo actual en el que el
gobierno mexicano utilizó algo parecido al doblepensar
de 1984 se toma de cuando el
presidente Peña Nieto presentó su propuesta de reforma hacendaria. Al principio
incluía aplicar el IVA a la educación privada, semanas más tarde, cuando ese
punto fue rechazado, la presidencia lanzó spots en los que mostraba como mérito
propio lograr que esa parte no se aprobara.
Recordemos pues que toda crítica o defensa de
alguna política se hace bajo supuestos, es decir, ideales de su cabal éxito
¿quién defendería a la democracia poniendo como referente a un país africano? O
también ¿quién atacaría la monarquía poniendo el caso de la Francia de Luis
XIV? De manera que las concepciones del discurso político se limitan pero a la
vez se usan en cualquier contexto, “fascista” es sinónimo de “malo” y sin
importar porqué es malo aquello que se ataca siempre se le tachará de fascista.
Mientras que el adjetivo “democrático” es un elogio universal con el que se
adorna cualquier país sin importar lo
poco democrático que sea. (Orwell, 2009)
Se recurre a un uso repetitivo, automático y sin
sentido del lenguaje cuando es demasiada la diferencia entre la forma en que
son las cosas y la forma en que se dice que son, cuando lo importante es sólo
decir un discurso sin importar que la gente piense en él o no, cuando lo
importante es no salir de la línea actual del partido y cuando un discurso no
tiene sentido real ni para el que lo dicta. El hecho de que no varíe garantiza
que las ideas que lo rodean tampoco lo hagan y esto hace que el pensamiento se
mantenga en ciertas líneas. Las ideas han de construirse como casas; entre más
ladrillos más habitaciones y entre más conceptos mayor reflexión. Las frases
que surgen en automático ahorran todo esfuerzo mental y reducen cada vez más
las pautas mentales de quien las usa y es obligado a oírlas.
No es que el desconocimiento de una palabra nos
impida buscar o conocer aquello que nombra, pero nos resta poder sobre él, nos hace
olvidarlo. Las palabras son poderosas y desvirtuarlas con el terrible y
conocido discurso oficial nos quita el poder sobre el mundo que su uso nos
había dado. Pensamos en un idioma y cuando es reducido nuestro mundo lo es
igual. Los animales de la antes llamada Granja Manor depositaron todo el poder
que habían logrado en no más de una decena de principios y no desarrollaron otras
ideas a partir de ellos porque el ejercicio intelectual se limitó a los cerdos,
de ahí que cuando estos principios cambiaron por la simple suma de un par de
palabras ninguno de ellos supo protestar, no tenían idea de cómo hacerlo, de
cómo rebatir algo que seguramente siempre había estado escrito en la pared.
“Cuando el ambiente general empeora, el lenguaje lo acusa” (Orwell, 2009)
Es por ello que una sociedad a la que se le ha
quitado el lenguaje es incapaz de tener una política y una sociedad dinámica y
que no pueda formular una queja ante quien la oprima. Porque el horizonte
de las sociedades llega hasta ahí donde se han desarrollado sus palabras.
Bibliografía.
ORWELL,
George, Rebelión en la granja, México,
Porrúa, 2007.
ORWELL,
George, Matar a un elefante y otros
escritos, México, Fondo de Cultura Económica/Turner, 2009.
SAVATER, Fernando, Política para Amador, México, Ariel, 2012.
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