martes, 17 de diciembre de 2013

El deterioro político se refleja y es causado por el deterioro del lenguaje en Rebelión en la Granja y 1984 de George Orwell.

Por Diego Iván Pescador Padilla.

Las dos obras más famosas de George Orwell son, como ya se ha dicho muchas veces, novelas terroríficas. Rebelión en la granja habla sobre la instauración de un régimen comunista en una granja controlada por animales que se rebelaron contra su granjero. En 1984 se habla sobre la eliminación del pensamiento individual y de la movilidad social por un régimen totalitario. Ambas novelas son una alegoría del sistema leninista; el autor no concebía otro desarrollo posible para ese sistema a pesar de que en sus primeros años de lucha política luchó en el bando comunista. Fue después de su desencanto con esa ideología que escribió estos dos libros, aunque después  nunca dejó en claro sus filiaciones políticas ni abandonó de forma expresa el ideal del socialismo en Europa.
En el estremecimiento al leer estas novelas la primera pregunta que surge es por qué los habitantes de Oceanía –tanto miembros del partido como proles- y los de Granja Animal soportan con indiferencia o hasta con ánimo sus terribles condiciones de vida, qué es lo que ha ocurrido para llegar ahí. Es de suponerse que una sociedad tan tolerante al maltrato debe haber pasado por un deterioro intelectual y político que le impide darse cuenta de su condición. Éste tiene múltiples causas y el empobrecimiento del lenguaje es su reflejo y en cierta medida, su causa.
Para hablar sobre esa relación entre el deterioro intelectual y el del lenguaje veamos primero algunos aspectos de las sociedades parecidas a las de estas novelas. El primero es que la dinámica política decae y se paraliza en un régimen tiránico donde el poder se asienta en el conjunto informe del partido dominante, lo que no es igual a decir que sus miembros vivan en una posición mucho mejor que la del resto del pueblo; la vida de Winston Smith es quizá la vida de la mayoría de los cerdos que vivían en la antigua casa Jones.  “No era que estos animales no trabajaran a su manera […] tenían que realizar un esfuerzo enorme todos los días con unas cosas misteriosas llamadas ‘ficheros’, ‘informes, ‘actas’ y ‘ponencias’”. Trabajo burocrático que terminaba en las llamas.
Sólo unos pocos tienen una posición privilegiada y los demás, sin importar su labor, no parecen tener un lugar aparte, diferente al del resto del grupo es decir, una identidad individual. Los críticos a los sistemas comunistas advierten que la figura de individuo se pierde en el momento en que se colectiviza la propiedad. Lo que parece un sueño, repartir todo entre todos, elimina las libertades de cada persona ya que la propiedad privada “permite el desarrollo de la independencia de cada cual, de su autonomía, su distanciamiento creador de la unanimidad del grupo y le permite desarrollar derechos y deberes basados en la deliberación racional y no en los automatismos colectivos”. (Savater, 2012)
La excesiva identificación con el grupo hace que sus miembros soporten con agrado cualquier sufrimiento que venga de él. Como es sabido, el fanatismo -la creencia excesiva en las ventajas de alguna asociación- hace que los sujetos se encadenen a ella por razones que les parecen indiscutibles; estas razones cambian conforme al tiempo: primero son emotivas y nacen de la alegría colectiva, como la que sintieron los animales de la granja al expulsar a Jones, después esa emoción tiene que enfocarse para que sea llevada a puntos indeseados por los líderes. Se convierte en apego afectivo a los símbolos, rituales y lideres (la bandera verde, el desfile ante el cráneo de Mayor, y los himnos a Napoleón). Si esa emotividad se apagase la unión al grupo se quedaría sin fundamento, de ahí que se tenga que hacer referencia a un motivo proveniente de la naturaleza pero que se pueda modificar según las circunstancias: el caminar en cuatro patas y no dormir en sábanas primero y después sólo ser diferentes al hombre. Más tarde, al ya no sentir amor alguno por los opresores, puesto que la primera emoción quedó superada hace mucho y perdió peso la validez del motivo natural, se tiene que fundamentar la pertenencia al grupo con motivos históricos (en realidad esta es la causa detonante de las rebeliones; la represión histórica del granjero Jones, en este caso) después se tiene que mitificar la primera causa de su surgimiento, eliminar el contraste y la referencia entre los tiempos anteriores y el actual. Modificar pues, la Historia para que de ella provengan las razones por las que las cosas son como son.
He ahí las razones en que se justifica la opresión que paraliza la política y a la sociedad.  Pero el  método que hay que seguir para que esto se logre es la ralentización del intelecto del pueblo y es aquí donde entra el empobrecimiento del lenguaje. La sociedad no puede estar llena de fanáticos que intentan disuadirse a sí mismos con las falacias de los opresores, como el pobre caballo Boxer que en alguna ocasión “expresó la opinión general diciendo ‘si el camarada Napoleón lo dice debe estar en lo cierto’ y desde ese momento adoptó la consigna ‘Napoleón siempre tiene la razón’” Al contrario, los miembros de una agrupación necesitan justificar constantemente su sujeción al menos cuando esta es nueva y diferente a un estado previo de su vida. Pensar en que lo que el líder ordena está bien porque es más listo o fuerte o ágil o lo que sea no les es suficiente. El aura que cubre al estrato superior del grupo debe acrecentarse todo el tiempo  (nadie es líder si no tiene algo de tabú)
Los demagogos tienen que utilizar la palabra para convencer a la gente de todas las razones antes expuestas. Queda claro que es la palabra la que tiene que comenzar todo proceso social, la sociedad no se mueve, aún viendo la necesidad de hacerlo, si alguien con la suficiente influencia no expresa sus ideas. Sin embargo es fácil quedar perplejos ante el poco trabajo que tienen que hacer los retóricos para convencer al pueblo de bajar la cabeza ante el tirano en turno. Sólo les hace falta apelar al miedo, por ejemplo, de regresar al estado anterior a la llegada del líder o a la formación del grupo, en efecto “los hombres eligieron jefes por miedo… a sí mismos, a lo que podría llegar ser su vida si no designaban a alguien que les mandase y zanjara sus disputas”  (Savater, 2012) en el caso de Rebelión en la granja Squealer lleva cualquier discurso al argumento final de que es preferible hacer cualquier cosa con tal de que no regrese el granjero. El carácter mesiánico de algo oculta sus defectos.
Pero antes de eso el orador oficial debe utilizar la promesa, cualquier persona que haya observado una elección pública está al tanto de esto y no echa en falta ninguna explicación. Pero ¿qué hacer cuando es el momento de cumplir la promesa? O es más, en el momento en que la promesa ya se cumplió aunque no tal como había sido formulada. En nuestro país por ejemplo, no le hace falta al político hacer gran cosa, existe la misma probabilidad tanto de que cumpla una promesa como de que alguien reclame públicamente si no lo hace. Pero en los países comunistas, donde se está viviendo el sueño, es necesario mostrar todo el tiempo que las cosas van bien, decir que tal vez las cosas no son como se pensaba es ponerse una soga al cuello. En la historia real, Stalin aisló a la URSS y trató de demostrar en todo momento que el socialismo era exitoso, en la Guerra Fría de las décadas posteriores, mostrar al mundo la realidad del pueblo soviético habría acabado sin necesidad de tanto jaleo el mito de su poder. El equivalente en la obra de Orwell es el deseo de que los granjeros humanos no conozcan las dificultades a las que se enfrentan los animales.
Para demostrarlo es necesario utilizar la comparación entre el presente –propio y ajeno- el pasado y el futuro al que se dirige. Una sola diferencia entre ellos puede utilizarse hasta el cansancio, recordemos que las razones por la que un grupo es bueno y otro no vienen de su naturaleza y por tanto no se espera que cambien si no es necesario. También es necesario decir que la producción de todo va hacia arriba y que la vida es tan buena que el pueblo sale “espontáneamente” a la calle a agradecer al gobierno. Mas lo anterior sucede en todos los gobiernos, un ejemplo actual en el que el gobierno mexicano utilizó algo parecido al doblepensar de 1984 se toma de cuando el presidente Peña Nieto presentó su propuesta de reforma hacendaria. Al principio incluía aplicar el IVA a la educación privada, semanas más tarde, cuando ese punto fue rechazado, la presidencia lanzó spots en los que mostraba como mérito propio lograr que esa parte no se aprobara.
Recordemos pues que toda crítica o defensa de alguna política se hace bajo supuestos, es decir, ideales de su cabal éxito ¿quién defendería a la democracia poniendo como referente a un país africano? O también ¿quién atacaría la monarquía poniendo el caso de la Francia de Luis XIV? De manera que las concepciones del discurso político se limitan pero a la vez se usan en cualquier contexto, “fascista” es sinónimo de “malo” y sin importar porqué es malo aquello que se ataca siempre se le tachará de fascista. Mientras que el adjetivo “democrático” es un elogio universal con el que se adorna  cualquier país sin importar lo poco democrático que sea. (Orwell, 2009)
Se recurre a un uso repetitivo, automático y sin sentido del lenguaje cuando es demasiada la diferencia entre la forma en que son las cosas y la forma en que se dice que son, cuando lo importante es sólo decir un discurso sin importar que la gente piense en él o no, cuando lo importante es no salir de la línea actual del partido y cuando un discurso no tiene sentido real ni para el que lo dicta. El hecho de que no varíe garantiza que las ideas que lo rodean tampoco lo hagan y esto hace que el pensamiento se mantenga en ciertas líneas. Las ideas han de construirse como casas; entre más ladrillos más habitaciones y entre más conceptos mayor reflexión. Las frases que surgen en automático ahorran todo esfuerzo mental y reducen cada vez más las pautas mentales de quien las usa y es obligado a oírlas.
No es que el desconocimiento de una palabra nos impida buscar o conocer aquello que nombra, pero nos resta poder sobre él, nos hace olvidarlo. Las palabras son poderosas y desvirtuarlas con el terrible y conocido discurso oficial nos quita el poder sobre el mundo que su uso nos había dado. Pensamos en un idioma y cuando es reducido nuestro mundo lo es igual. Los animales de la antes llamada Granja Manor depositaron todo el poder que habían logrado en no más de una decena de principios y no desarrollaron otras ideas a partir de ellos porque el ejercicio intelectual se limitó a los cerdos, de ahí que cuando estos principios cambiaron por la simple suma de un par de palabras ninguno de ellos supo protestar, no tenían idea de cómo hacerlo, de cómo rebatir algo que seguramente siempre había estado escrito en la pared. “Cuando el ambiente general empeora, el lenguaje lo acusa” (Orwell, 2009)
Es por ello que una sociedad a la que se le ha quitado el lenguaje es incapaz de tener una política y una sociedad dinámica y que no pueda formular una queja ante quien la oprima. Porque el horizonte de las sociedades llega hasta ahí donde se han desarrollado sus palabras.

Bibliografía.

ORWELL, George, Rebelión en la granja, México, Porrúa, 2007.

ORWELL, George, Matar a un elefante y otros escritos, México, Fondo de Cultura Económica/Turner, 2009.

SAVATER, Fernando, Política para Amador, México, Ariel, 2012.

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