jueves, 13 de marzo de 2014

"El día después de mañana" y el dramatismo real del cambio climático

Para analizar la película El día después de mañana hay que establecer primero que es un filme de ciencia ficción. La ciencia ficción es el género artístico que crea escenarios ficticios en el presente, el pasado o el futuro a partir de las expectativas científicas o tecnológicas que el autor toma de su contexto. Por ello, hay que evitar dos posturas equivocadas ante ella, la primera es que todo lo que cuenta es una predicción exacta e inminente de los hechos futuros, la segunda, en el otro extremo, es que siendo una película fantástica, todos los hechos mostrados carecen de fundamento o no tienen mucha relación con el mundo real.

          Hay que tomar un mensaje importante de ella; el cambio climático está sucediendo sin duda y es verdad que entre sus efectos se cuenta la intensificación de los fenómenos naturales. Los huracanes y ciclones son más intensos y las sequías son más prolongadas. Sólo hace falta ver algunos ejemplos: En las cuencas hidrográficas de Níger, el lago Chad y el Senegal el agua disponible se redujo entre cuarenta y sesenta por ciento por lo que desertificación en África se agrava. Por otro lado ha habido grandes inundaciones como las del Rhin en 1996 y 1997, las de China en 1998, las de Europa Oriental en 1998 y 2002, las de Mozambique y Europa en 2000 y las provocadas por el monzón de 2004 en Bangladesh que sumergieron al 60% de ese país. (Ricart, 2009)  No olvidemos tampoco el caso en nuestro país de la inundación del estado de Tabasco en el año 2007.

          Éstas tormentas no tienen efectos como la congelación instantánea de lo que se encuentre al aire libre, pero no cabe duda de que la destrucción de miles de hogares y la pérdida de cientos de vidas son efectos igual de dramáticos. En todo caso, el riesgo de que la ciudad de Nueva York y sobre todo la isla de Manhattan queden bajo el agua es real. Ese riesgo también lo comparten varias ciudades alrededor del mundo: Según la OECD, con el ritmo actual de incremento del nivel del mar, las 10 ciudades con mayor peligro de inundación para la población en el año 2070 son: Calcuta y Bombay en India, Dacca en Bangladesh, Guangzhou en China, Ho Chi Minh en Vietnam, Shangai en China, Bangkok en Tailandia, Rangoon en Myanmar, Miami en EE UU y Hai Phong en Vietnam. (Ibid.)  El incremento en el nivel del mar se debe principalmente al retroceso de los hielos polares y el derretimiento de los hielos de las altas montañas, lo cual le ocurre al 90% de los glaciares del planeta.

         De manera que al contrario de lo que vemos en el largometraje, el invierno no azotará al planeta, al contrario, el invierno parece desfasarse y retroceder; durante el siglo pasado las temperaturas del aire ártico aumentaron aproximadamente 5 ºC, diez veces más de lo que aumentó la media mundial. En el hemisferio norte la cubierta de nieve disminuyó 10% desde los años sesenta y la duración media del hielo en lagos y ríos se redujo en dos semanas. Espectacularmente, varios edificios en Rusia se derrumban debido a que la capa de permafrost en la que se asientan se está derritiendo.

          Como conclusión, tras ver los datos anteriores, El día después de mañana nos remite a hechos reales y es una forma de darle un mensaje al público sobre los efectos sociales de una catástrofe. Es inevitable que una película de Hollywood sacrifique la objetividad para hacer una producción más espectacular, así que dejaremos de lado los hechos chocantes como el que todos los problemas deben ser resueltos por los EE UU o el mensaje sobre la migración de ese país al nuestro. Más que esperar una solución del todo poderoso presidente estadounidense a los problemas que se avecinan, hay que buscar una forma de evitarlos y solucionarlos. De la misma forma en que los problemas aumentan de forma gradual pero sin detenerse, nuestras soluciones necesitan ser graduales -por el tamaño de la población pero sin que se detengan. No se exigen acciones heroicas y desesperadas como las de los personajes de la película sino acciones razonadas, eficaces y radicales -aunque no en el sentido en el que la ciencia ficción suele darle a esa palabra- que modifiquen nuestro estilo de vida para hacerlo más amigable con el ambiente.


Bibliografía
RICART, J. et. al. (2009) Desafío ecológico. Riesgos y soluciones para un planeta amenazado. Tomo 1, México, SEP.

miércoles, 26 de febrero de 2014

Por qué leer a Amparo Dávila

Sí, les quiero compartir aquí un cuento de Amparo Dávila. Seguramente parece chocante con la temática de este blog, pero lo hago por dos razones:
          a) La primera es que por el tema de este cuento, el misterio sobre qué rayos es lo que cocinan en esta casa, pueden surgir mil teorías que lo expliquen y muchas de ellas, si nos ponemos imaginativos, llevan este cuento a la ciencia ficción.
          b) La segunda, claro, es porque se me ha pegado la gana invitarlos a releer a una escritora mexicana nacida en Pinos, Zacatecas. Su literatura misteriosa ha sido muy apreciada incluso por Julio Cortázar, de quien era amiga.
         Ya después transcribiré aquí más cuentos de esta autora, no escribía ciencia ficción, pero lo bueno hay que leerlo. Por último los invito a comentar al final su suposición sobre qué era aquello que chillaba "a veces como recién nacidos, como ratones aplastados, como murcielagos..." pero que sabía tan bien.


"Alta cocina" de Amparo Dávila

Cuando oigo la lluvia golpear en las ventanas vuelvo escuchar sus gritos. Aquellos gritos que se me pegan a la piel como si fueran ventosas. Subían de tono a medida que la olla se calentaba y el agua empezaba a hervir. También veo sus ojos, unas pequeñas cuentas negras que les salían de las órbitas cuando se estaban cociendo. 

       Nacían en tiempo de lluvia, en las huertas. Escondidos entre las hojas, adheridos a los tallos, o entre las hierba húmeda. De allí los arrancaban, para venderlos, y los vendían bien caros. A tres por cinco centavos regularmente y, cuando había muchos, a quince centavos la docena.

         En mi casa se compraban dos pesos cada semana, por ser el platillo obligado de los domingos y, con más frecuencia, si había invitados a comer. Con este guiso mi familia agasajaba a las visitas distinguidas o a las muy apreciadas, «No se pueden comer mejor preparados en ningún otro sitio», solía decir mi madre, llena de orgullo, cuando elojiaban el platillo.

      Recuerdo la sombría cocina y la olla donde los cocinaban, preparada y curtida por un viejo cocinero francés; la cuchara de madera muy oscurecida por el uso y a la cocinera, gorda, despiadada, implacable ante el dolor. Aquellos gritos desgarradores no la conmovían, seguía atizando el fogón, soplando las brasas como si nada pasara. Desde mi cuarto del desván los oía chillar. Siempre llovía. Sus gritos llegaban mezclados con el ruido de la lluvia. No morían pronto. Su agonía se prolongaba interminablemente. Yo pasaba todo ese tiempo encerrado en mi cuarto con la almohada sobre la cabeza, pero aún así los oía. Cuando despertaba, a medianoche, volvía a escucharlos. Nunca supe si aún estaban vivos o si sus gritos se habían quedado dentro de mí, en mi cabeza, en mis oídos, fuera y dentro, martillando, desgarrando todo mi ser.

         A veces veía cientos de pequeños ojos pegados al cristal goteante de las ventanas. Cientos de oios redondos y negros. Brillantes, húmedos de llanto, que imploraban misericordia. Pero no había misericordia en aquella casa. Nadie se conmovía ante aquella crueldad. Sus ojos y sus gritos me seguían y, me siguen aún a todas partes.

       Algunas veces me mandaron a comprarlos; yo siempre regresaba sin ellos asegurando que no había encontrado nada. Un día sospecharon de mí y nunca más fui enviado. Iba entonces la cocinera. Ella volvía con la cubeta llena, yo la miraba con el desprecio con que se puede mirar al más cruel verdugo, ella fruncía la chata nariz y soplaba desdeñosa.

         Su preparación resultaba ser una cosa muy complicada y tomaba tiempo, Primero los colocaba en un cajón con pasto y les daban una hierba rara que ellos comían, al parecer con mucho agrado, y que les servía de purgante. Allí pasaban un día. Al siguiente los bañaban cuidadosamente para no lastimarlos, los secaban y los metían en la olla llena de agua fría, hierbas de olor y especias, vinagre y sal.

         Cuando el agua se iba calentando empezaban a chillar, a chillar, a chillar. Chillaban a veces como niños recién nacidos, como ratones aplastados, como murciélagos, como gatos estrangulados, como mujeres histéricas. 


Aquella vez, la última que estuve en mi casa, el banquete fue largo y paladeado.