sábado, 23 de noviembre de 2013

El dolor por saber en Frankenstein de Mary W. Shelley.

Por Diego Iván Pescador Padilla. 

Esta obra inglesa es considerada la primera novela de ciencia ficción. El género empieza entonces, como tantos otros procesos, con un quejido. En efecto, el relato tiene un tinte trágico y nos muestra la horrorosa consecuencia de la búsqueda desesperada de conocimiento de Víctor Frankenstein. El monstruo, lejos de enorgullecer a su creador destruye su vida, su mundo y a sus seres queridos. No es entonces una novela optimista sino más bien  una llamada precautoria para la época. 
Llamada precautoria que no advierte sobre algún efecto objetivo del avance científico sino sobre el entusiasmo en la búsqueda de ese avanceQueda claro que Shelley y la sociedad que recibió la novela no le dieron credibilidad a la historia, es decir, nunca consideraron que la ciencia pudiera darle vida a un ser inerte. Aun así hay algo de realista en ella, el entusiasmo del doctor por su conocimiento y sus logros, no es muy diferente al que la sociedad científica sentía por sí misma en ese momento. Un par de décadas después, la filosofía positivista (que más tarde intentaría convertirse en religión) sería un reflejo de esa autoconfianza un tanto desmedida. 
El monstruo es una metáfora, no tanto del efecto bueno o malo de la investigación sino del pesar que le produce al hombre el saber, pues es cierto que tras toda búsqueda apasionada subyace la angustia, angustia que en este caso y desde que se comenzó a filosofar, tiene dos causas. La primera es el dolor que le produce al ser humano su condición de ser sapiente: 
El hombre sabe que la causa de sus sufrimientos es su consciencia, que le da certeza de sus carencias y le permite comprender el dolor. He ahí el primer principio de las filosofías que se originaron en oriente, como el budismo o el judeo-cristianismo. Esta última lo encarna en el pecado de Adán y Eva; su falta no fue comer del árbol del bien, sino darse cuenta al hacerlo de que estaban desnudos, de que podían sentir dolor. 
Por parte de la cultura griegaEsquilo en su tragedia Prometeo encadenado dirige un grito a la divinidad, con el que se atreve a reclamar “Por qué permitiste que naciera en la iniquidad”. Desde el título –Frankenstein o el Moderno Prometeo- Shelley asemeja a los dos personajes. En efecto, también este realiza una tarea prometeica, pues la tarea de reclamar ante la divinidad por la condición humana, no puede ser ejecutada por los mismos hombres sino que tiene que ser ejecutada por un semi-dios o un titán; “Prometeo no era un hombre; era un titán revelado a favor del hombre, era un valedor.”
En su especie de éxtasis contra su creador, cuando se da cuenta de su naturaleza temible, este “moderno Prometeo” reclama “¡Maldito creador! ¿Por qué me hiciste vivir? ¿Por qué no perdí en aquel momento la llama de la existencia que tan imprudentemente encendiste?”.(Shelley) Al igual que el griego dirige su queja hacia alguien que a pesar de ser su origen, no puede llamar padre. 
Víctor Frankenstein nos advierte que el deber de las personas de mente sana consiste en cuidar su integridad “sin permitir que esa tranquilidad se vea jamás trastornada por la pasión o los deseos transitorios, sin que piense que la búsqueda del conocimiento sea una excepción a esta regla”.(Shelley) Pues esa pasión es la causa de las desgracias tanto del científico como de su criatura; la segunda causa por la que saber duele es la incertidumbre ante qué es lo que se persigue cuando se interroga al mundo, el complejo de perseguidor al que puede llevar. Toda pasión que debilite los lazos con la realidad, que aísle al ser de su medio, aun originándose en motivos científicos y en apariencia desinteresados “es inmoral e inconveniente para la mente humana”.(Shelley)
En la novela la analogía es obvia; después de estudiar arduamente y encontrar la manera de reanimar a los muertos Frankenstein se ve torturado por su mole horrible. A su vez esta es inteligente y adquiere consciencia de sí después de un primer trato con los aldeanos. Al romperse la burbuja que suponía el granero de los De Lacey, el monstruo identifica a su creador, y al sentirse extraño asocia su extrañeza con su origen, para él es el motivo de todas sus desgracias. 
Inicia entonces una persecución y de esa forma los dos personajes se vuelven perseguidores-perseguidos “Pues quizá no sea necesario decir que el delirio de persecución obliga a perseguir y quien lo padece no sabe, no puede discernir si persigue o es perseguido”. (Zambrano) Y es hasta en los Alpes, durante su segundo encuentro, cuando el primer delirio se aplaca ya que “El delirio persecutorio no pregunta, pues no tiene a quién dirigirse, y más bien se aplaca, cuando puede preguntar”. (Zambrano)
Más tarde, al no haber sido satisfecha la oferta del monstruo y al no haber traído la paz para ninguno, se inicia una nueva persecución donde ambos esperarán hallar la paz en la destrucción del otro y si bien ambos encontraron su fin ninguno halló la tranquilidad que esperaba. 
Así pues, en el siglo XIX, cuando se consideraba que en cierta medida el hombre ya lo sabía todo, el hombre se hizo la pregunta de cuál sería el efecto que causaría en sí todos sus logros. Se reconoció a sí mismo como el principio de todo su mundo, mundo defectuoso sin embargo, con problemas a los que no había a quién pedirle repuesta. Por tanto era necesario otro titán, un nuevo Prometeo en el que poner una queja, ya no dirigida a los dioses sino a sí mismo. Esto no quiere decir que Frankenstein  sea un intento de aplacar el deseo de conocer sino más bien un cambio de perspectiva en el que monstruo no sea más que una retro inspección del hombre; una vista a lo que puede producir en él el saber.   

Bibliografía 
SHELLEY, Mary, Frankenstein o el Moderno Prometeo, Xalapa, Universidad Veracruzana, 2010. 
ZAMBRANO, María, El hombre y lo divino, México, Fondo de cultura Económica, 2005.